Capítulo I
Hacía mucho tiempo que Mario quería cambiar de trabajo. A pesar de la cantidad de beneficios que obtenía de su empresa además del magnífico sueldo que recibía deseaba estar más tiempo en casa, con su mujer Sara, cerca de su familia y de sus amigos.
Solamente llevaba casado 3 años y en los últimos 18 meses había estado más tiempo viajando que con ella, lo que hacía que se preocupara por el posible malestar que podía crear su empleo en su matrimonio.
Como programador para grandes superficies de hipermercados de programas de venta y contables era el mejor de su empresa y esta, estaba consolidada como de las más prestigiosas de España.
Una y otra vez se repetía a sí mismo que como programador desde su casa y con los avances de internet, podía realizar su trabajo desde su ordenador, incluso con mejoras en cuanto a la remuneración.Este último desplazamiento lo realizaba a las islas Mallorca, se iba a abrir un nuevo hipermercado de una cadena inglesa, y disponía de seis días para realizar su trabajo.
Ya alojado en el hotel, que como de costumbre era de clase superior, comenzó a sacar y distribuir su ropa, la mayoría trajes de chaqueta, por el amplio ropero de cuatro puertas. Cansado del agotador viaje, se tumbó en la cama, era temprano, solo las siete, y hasta las nueve no saldría a cenar.
Fue al tumbarse en la cama cuando se dio cuenta del gran espejo quequedaba sobre él, y al mirar al ropero que había cerrado poco antes, que éste también tenía sus puertas forradas con grandes espejos, percatándose pronto de la finalidad de estos; buenas juergas que se correrán aquí las parejitas de recién casados, pensó.
Con el mando en la mano, empezó a hacer zapping en la gran pantalla de 25 pulgadas con que contaba la habitación; canal tras canal , sin nada que ver que le llamara la atención llegó hasta los canales que todo hotel que se precie pone a disposición del cliente, los canales del vía satélite. Deportes, musicales, películas, … hasta que se detuvo en un canal pornográfico que le llamó la atención. No es que tuviera deseos de sexo, pues la noche antes, Sara le había dado una gran y dulce despedida como era costumbre en casa, pero se acordó de algo que su amigo Ivan le había comentado, una dirección en internet para acceder a películas de sexo, pero que no podían ser puestas en televisión por ser más fuertes de lo normal.
Rápidamente conectó su portátil a la línea telefónica y al enorme televisor, tecleó la dirección y esperó unos segundos. En la pantalla apareciólas primeras imágenes de una película que claramente se notaba que estaban hechas con la cámara de un aficionado.
Se acomodó en la cama y se dispuso a ver, en ella se veía como una pareja de jóvenes se besaba en una cama, con unas sábanas de raso rojas, de un rojo muy intenso mientras intercambiaban caricias. Mario se quedó alucinado cuando el joven comenzó a desnudar a la chica, no tendría más de 16 años, estaba seguro, frente a los 18 que rondaría él.
Subió el volumen del televisor; Marisa que así se llamaba ella, decía: «Tengo quince años, mi amigo Alberto, 21 años. Hoy voy a probar por vez primera el sexo. Si queréis podéis verlo», y dicho esto se quedó desnuda, tumbada sobre la cama mientras la cámara hacía un lento recorrido por todo su cuerpo. Tenía un cuerpo de modelo, quizás por su corta edad y no haber sufrido los cambios de la madurez. Unos pechos redondos, duros, con un pezón sonrosado y erecto. Un triángulo púbico recortado, tal vez de forma natural, con unos bellos negros y rizados, que dejaba ver que nunca había realizado coito alguno. Alberto empezó a chuparle los pezones mientras manoseaba su coñito virgen todavía, al principio seco pero que pronto empezó a lubricarse, más solo le metía un dedo para no dañarla. Mario notaba como se estaba poniendo caliente, su miembro empezó a empalmarse y notó como se mojaba.
Marisa, se echó su rubio flequillo hacia atrás, por detrás del las orejas, le miró a los ojos y le metió la mano en la bragueta, le bajo los pantalones y se dejó ver una polla dura, de unos 16 centímetros. Alberto le cogió la mano a Marisa, se la puso en su polla y le mostró el movimiento arriba abajo que debía hacerle. «Vamos a ir por partes, poco a poco, quiero probar a que sabe esa leche blanca.» le dijo Marisa a Alberto.
Tumbó a Alberto en la cama y comenzó a succionarle la polla, primero poco a poco, con la punta pasando luego a mayor velocidad y más adentro.
El cuerpo de Alberto, musculoso en justa proporción sin llegar a ser exagerado empezó a dar bruscos movimientos. Mario sin pensárselo había empezado a masturbarse y miraba fijamente a la pantalla ensimismado.
De pronto, Alberto apretó los labios y soltó un débil gemido, mientras Marisa sentía en su boca la primera explosión de leche caliente en el fondo de su garganta, pero no paró, como si por instinto aminoró la velocidad, y sin parar siguió desplazando su boca de abajo hacia arriba hasta que en la punta abrió levemente la boca, dejando que por la comisura de sus labios resbalara un pequeño caudal de polvo, estaba disfrutando como nunca.
Alberto se levantó, y como muestra de agradecimiento le empezó a besar por toda la boca, con su boca abierta limpiando esas gotas de su semen que caían por su boca. A Mario le impresionó, era algo que nunca había visto, pero que hizo que culminara su masturbación con una increible oleada de placer, sin dejar de perder ojo a la pantalla.
Capítulo II
Eran las siete y media de la mañana y Mario ya estaba dándose su ducha de costumbre, enjabonándose el cuerpo, sin dejar de pensar en la chica de la película, se dio cuenta que estaba entrando en erección, y no quería ensimismarse con la imagen de la chica, era tarde y debía irse para el centro comercial, pues desconocía donde estaba.
Tras un desayuno ligero en el hotel y hojear con el café alguna prensa nacional, recogió del parking del hotel el coche que previamente le habían alquilado desde su empresa y partió hacia su trabajo.
No tardó mucho en dar con él, y tras presentarse en la oficina de acceso de personal, le condujeron hasta las oficinas donde se encontraban los ordenadores que debía programar.Fue un guardia de seguridad de aspecto bonachón quién al dejarle en tales dependencias, le comentó: «La señorita García es quien se está ocupando de todo este tinglado, no debe de tardar mucho en llegar, ya la conocerá», y dicho esto esbozó una sonrisa que Mario no supo entender.
Fue diez minutos después, cuando estaba trabajando en un teclado cuando una voz a su espalda le preguntó: ¿Es usted don Mario?
Mario, al girarse para atender tal pregunta palideció al ver de quién partía tal indagación. Ante sí estaba ella, la chica de la película. Mario la miró, y solo atinó a decir, ¿Marisa?.
La chica, un tanto desconcertada, enrojeció. La razón era bien simple, pues sabía que la había reconocido en la pantalla, pues el nombre de Marisa solo lo había usado en la película, pues su nombre verdadero era Ana.
¿Perdón?, dijo ella. Soy la señorita García, Ana García, y me ocupo de todo el proceso informático del centro.
Mario estaba perplejo, no podía estar equivocado, o es que tal vez estaba alucinando con la chica de la película. Pero era ella, estaba seguro.
Ana que así decía llamarse llevaba una falda corta por encima de las rodillas, y una blusa de seda blanca que dejaba notar sus pechos redondos y duros, y que hacían notar la figura de sus pezones erectos.
Ana pronto se dio cuenta del detalle de sus pezones que Mario había advertido, aludiendo: «Está puesto demasiado fuerte el aire acondicionado, ¿no crees?», como excusa a tal erección, pero ella sabía en su interior, que había sido fruto del encuentro con un muy apuesto joven, pues Mario no estaba nada mal. A partir de entonces estuvieron conversando sobre los equipos informáticos hasta las once, cuando acordaron hacer un alto para tomarse unos refrescos que sacaron de la máquina expendedora del pasillo.
En todo el tiempo, no apareció nadie por las dependencias, y fue a las tres de la tarde, cuando al acabar, Mario le invitó a comer; Sabes, no me gustaría comer solo, ¿quisieras venir conmigo? , claro está si no has quedado con nadie.
No tengo ningún problema, mientras no se trate de acoso, bromeo ella.
Ya en el restaurante, tras una agradable comida, y con unas copas sobre la mesa, Ana le preguntó: Al verme, me llamaste Marisa, ¿quién es esa tal Marisa?, ¿tanto me parezco a ella?.
Mario, un tanto desconcertado, le dijo: «es una chica preciosa, que vi en una película.» Y, ¿de que trataba la película?, dijo Ana, esbozando una sonrisa maliciosa.
– De nada en particular, haber si puedo copiar la película y te la paso, dijo Mario, intentando salir del paso. Solamente sé, que daría cualquier cosa por ser protagonista con ella.
– Soñar no cuesta nada, y aquí dicen que muchos sueños se hacen realidad, respondió Ana acabando su copa y poniéndose en pie.
Ya devuelta a las oficinas, volvieron al trabajo, pero Mario solo estaba concentrado en ella, y ella en él.
¡Ana!, ven a ayudarme, dijo Mario desde el teclado en que trabajaba.
Ana se acerco a él, pero mucho más de lo que él esperaba, hasta el punto en que sintió en su brazo el roce de su pecho duro y redondo con el final de su pezón siempre erecto y su aliento caliente el la nuca.
Ana le pasó su lengua por el lóbulo de la oreja, y le dijo al oído: «Puedes llamarme Marisa si quieres».
Mario se giro, y en un abrir y cerrar de ojos se abalanzó sobre ella, besándola con fuerza, queriendo aspirarla para sí, la cogió en peso y la llevó hasta una gran mesa de despacho, de las de reunirse un amplio equipo, donde la tumbó, empezó a despojarla de su ropa, hasta que la dejó desnuda, con toda su belleza interior a la vista, con unos pechos que parecían apuntarle y con un coñito intacto que le invitaba a lamer. Y eso hizo.
Le abrió sus piernas y metió su cara en busca de todo el placer para ambos. Ana solo le apretaba la cabeza contra su coño en busca del ritmo perfecto hacia dentro y de arriba a abajo. Fue incrementando la velocidad y la fuerza de sus gemidos hasta alcanzar un orgasmo que ella no había conocido nunca, pues solo se había masturbado levemente, sin alcanzar tal placer.
Cuando ella se corrió como nunca, le tumbó en la posición en la que ella había estado, y repitió la misma operación de desnudarle, poco a poco mientras observaba el bulto que aparecía bajo sus slips negros de marca.
Ana cogió el pene con ambas manos, una sobre la base de la polla y otra más arriba hasta alcanzar el capullo y empezó a moverla arriba y abajo, pasando solo la lengua por la punta, mientras Mario le miraba sin perderse detalle.
Al pasar la lengua y levantar la cabeza se formaba un hilo de líquido lubricante hasta la polla, y que ella no dejaba que se rompiera pues volvía a buscar al capullo. Mario no tardó mucho en alcanzar el orgasmo entre convulsiones, y ver como Ana dejaba unos centímetros entre la polla y su boca, le llenaba de gusto puse veía como salía el polvo desde su polla hasta alcanzar la boca de ella, con una sonrisa en la cara.
Una vez que terminó, Mario dejó caer su cabeza hacia atrás y Ana se incorporó hasta llegar a él, abrió su boca y dejo caer una gran gota de su semen aún caliente hasta los labios de Mario, que no se lo esperaba, y que cuando hizo contacto con sus labios, se extendió con su lengua, sin saber el inmenso placer que le proporcionaba esta nueva experiencia.
Si quieres participar en el nuevo capítulo de mi serie, solo tienes que decírmelo, y dicho esto tras vestirse rápidamente se marchó dándole un suave beso de despedida en los labios.
Capítulo III
según el reloj digital de su mesita de noche cuando Mario se despertó. Aturdido por no saber donde se encontraba miró a su alrededor hasta caer en la cuenta de donde estaba. Se metió la mano bajo el pantalón del pijama y se dio cuenta que hacía poco que se había corrido, creyendo que era por el sueño con la chica, pero no, cuando aclaró sus ideas recordó lo que le había ocurrido el día anterior en las oficinas, que no había sido un sueño, y que la eyaculación de la noche debía ser por el recuerdo de tan grato momento.
Tras seguir los pasos rutinarios de todos los días se dispuso a asearse, desayunar e irse para las oficinas. Una vez allí, se encontró con Ana, pero inexplicablemente su trato fue totalmente de trabajo, sin cruzar comentario alguno sobre lo acontecido en el día anterior. Almorzaron unos platos fríos que le sirvieron en las oficinas y continuaron su trabajo hasta las ocho de la tarde, hora en la que cerraban el complejo.
Cuando Mario se fue a despedir de Ana con un hasta mañana, un tanto triste, Ana le susurró al oído : “¿Te vienes a mi casa a ver una peli ?”.
Mario, sin pensárselo, contestó con rapidez : “Por supuesto.” Y ambos pusieron rumbo en el turismo de Ana, hacia su casa.
Llegaron a una gran casa, más bien un lujoso chalet de las afueras, estaba a pie de playa, a unos escasos metros del mar.
“Parece ser que hay dinerito, “, bromeó ; a lo que Ana respondió con una leve sonrisa.
Una vez dentro, Ana se abalanzó sobre él, y ambos se enredaron en unos apasionados besos, y en tocamientos con furor y pasión.
Sin Mario darse cuenta, acabaron en un dormitorio.
Pero no era un dormitorio normal ; estaba rodeado de grandes espejos, incluso en el techo, y estratégicamente se veían una pequeñas cámaras de video, y en el centro una impresionante cama redonda, que debía medir alrededor de cuatro metros de diámetro.
Ambos se revolcaron en la cama, y en un momento dado , Ana le puso una venda negra que le cubría los ojos. Ya los dos desnudos, Ana empezó a chuparle la polla, que por la pasión desatada tenía unas muy buenas dimensiones.
Estando Mario tumbado sobre la cama, Ana se tumbó sobre él en sentido invertido, poniéndole su húmedo coño en la boca, que Mario con rapidez se dispuso a lamer.
En un momento en que Ana advirtió la pasión desbordada de Mario, ésta se quitó de encima y se puso a pasarle un dedo húmedo por los labios que Mario mantenía cerrados. Empezó por el más pequeño, luego otro, y otro..
Mario llevaba la cuenta sin querer por el gustito que le daba, tres, cuatro, todos muy suaves, cinco, seis, ¿seis ? y este último que suave.
Fue entonces cuando Ana retiró la venda de sus ojos, y ante sí descubrió un joven, rubio, de rasgos claramente marcados anglosajones.
El joven, de unos 22 años, estaba de rodillas frente a él, y lo que había sentido en sus boca no era ni más ni menos que su polla. Una polla que en realidad no era nada grande, mediría unos quince centímetros, y de un grosor de unos cuatro, pero que no contemplaba ninguna imperfección, era perfecta, de un tono rosa pálido. El joven, se reclinó de nuevo sobre Alberto, hasta que la punta de su miembro tocó los labios de Alberto.
Alberto la sintió muy caliente y muy resbalosa por el líquido transparente que le salía en gran cantidad, y que goteaba sobre sus labios.
Alberto estaba anonadado. Nunca antes se había encontrado en una situación así. Pero un impulso le hizo abrir la boca, y empezar a degustar con ganas. Ana, que solo se estaba dedicando a mirar, hizo lo mismo con él. Alberto, al sentir las chupadas que Ana le dedicaba, incrementó su mamada, y dirigiendo su vista hacia el joven vio como éste gemía de placer.
Así estuvieron unos minutos hasta que el chico rubio soltó un fuerte gemido y Alberto sintió un impresionante chorro de semen en su boca, primero en lo más profundo , y que luego fue llenando todos los rincones de su boca.
Alberto se introducía la polla hasta el fondo, la succionaba con más ganas aún y se tragaba el polvo que sentía muy caliente correr por su garganta. Este hecho le hizo sentir tal placer que se corrió en la boca de Ana, la cual una vez que llenó su boca se fue hacia el joven, y abriéndosela dejó que el polvo resbalara hasta la boca del joven, mientras decía : “Una muestra de lo que luego te tocará a ti”, mientras Alberto sonreía con la boca aún llena de tan exquisito manjar.
CONTINUARA ….