Ambos estábamos pasando una mala época con nuestras parejas, quizá fue por eso que decidimos ir aquella noche a su casa a ver una película. Ya habíamos hablado demasiado de problemas y nos iría bien distraer el ambiente en su casa con una buena película erótica. No era la primera vez que veíamos una juntos, pero aquel día me invadió una extraña sensación: quería masturbar a mi amigo.
Nunca me han gustado los hombres, bajo mi condición de heterosexual con pareja siempre creí que el sexo con hombres no tenía el más mínimo aliciente. Pero cuando miraba a mi amigo, las cosas eran diferentes. Su fantástico cuerpo de 21 años me volvía loco y desde hacía más de un año, cuando esa sensación comenzó a hacerse frecuente, deseé una y otra vez coger su pene y metérmelo en la boca hasta que su leche me salpicara en los labios.
Cuando llevábamos un rato viendo la cinta, estaba claro que el ambiente estaba bastante caliente, aunque los dos intentáramos disimular nuestras erecciones. Me acerqué a él. Sabía que aquella era mi noche, que quizá una situación así tardaría tiempo en repetirse y que ya no quería aguantar más. «Estoy excitado, ¿podría usar el lavabo?» le dije en voz baja. «Mejor no, no vaya a ser que lo pongas todo lleno de leche. ¿No puedes esperar?» «Creo que no». Mi pene deseaba que lo acariciara, lo necesitaba. Pero él no respondió. Seguimos viendo la película y al cabo de media decidí irme a casa, necesitaba masturbarme, quizá así viera las cosas más claras.
Nos despedimos, pero cuando estaba a punto de salir de su casa, dijo «Espera un momento, ven», fui ilusionado pero con dudas «¿qué ocurre?». La luz era ténue y él, mientras yo me iba, se había bajao los pantalones, quedando solo unos finos slips que apenas podían contener su erección. «Acércate, quiero decirte algo». Me acerqué hasta pocos centímetro de sus labios, «vamos, hazlo. Sé que lo estás deseando desde hace un buen rato. ¿Te gustaría, verdad?». Cogió mi mano y muy despacio la posó sobre su miembro. No pude más, aquello era lo que siempre había deseado, por fin podría hacer realidad mi fantasía.
Nos besamos apasionadamente en los labios mientras nuestras manos recorrían todo nuestro cuepo. Me tumbé sobre él, notando perfectamente su pene sobre el mio. «Espera. Siempre quisé hacerte algo» le dije susurrando. «Relájate y cierra los ojos», de nuevo le besé en los labios esta vez más suevemente. Bajé mi boca y mi lengua por su pecho hasta llegar a sus slips. Se los quité y su fantástico pene quedó ante mi, a pocos centímetros de mi boca. «Relájate» Comencé lamiendo la punta de su miembro muy suave, apenas rozándola pero eso fue suficiente para que diera un respingo y su respiración se acelerara más y más al compás de mi lengua, que a los pocos segundos estaba bajando desde la punta hasta la base. Su mano derecha cogió su pene y empezó a masturbarse. «Tranquilo» le dije mientras retiraba su mano y me acercaba de nuevo a sus labios «Tu solo relájate, eso es cosa mia. Disfruta y córrete cuando quieras».
Bajé de nuevo hasta su pene y puse mis labios alrededor de la punta, jugeteando con la lengua. Entre gemidos de placer fui bajando poco a poco hasta la base, mientras con mi otra mano acariciaba sus testiculos. Mi movimiento fue haciéndose cada vez más rápido y apasionado, moviendo mis labios desde la punta a la base del pene de mi amigo mientras jugaba con mi lengua. Él se estremecía, no paraba de gemir de placer, «no pares, por favor, más más más ahh sí, vamos… aaaah» sabía que le quedaba poco, sabía que quería hechar su leche, que quería correrse con mi boca. Seguí masturbándole con mis labios y mi lengua, recorriendo todo su órgano de placer hasta que «me corro, me corro… aahhh». Noté como su semen chocaba con amor en las paredes de mi boca y en mi lengua, mezclándose con mi saliba antes de rociar de nuevo su pene. Seguí lamiendo más dulcemente, hasta que se hubo relajado. Con mi boca aún con restos de su leche me abracé a él con fuerza. «Jamás había sentido nada igual» dijo mientras me abrazaba.