De repente ya no había más espacio. El calor se acrecentaba y el sudor comenzaba a recorrer los cuerpos.Una pierna quedó pegada a la mía, no había lugar, es cierto, pero no se movió 1 cm.Sentía los músculos cuando se endurecían, yo tampoco podía correrme.De pronto, se despegó a mi derecha, quedó pegado a mi espalda y ya no había misterios.
La imaginación fue desbordada por la realidad, me estaban apoyando sin pudor alguno dos piernas musculosas, detrás de las mías, pegadas como estampillas y en el medio, a la altura adecuada, el paquete.En el medio, como instalado por un arquitecto, con plomada y todo, ocupaba la raya, justo golpeando el agujero.La tela del pantalón, que en verano ya de por si es liviana, parecía no existir. Lo sentía en pleno esplendor, excitado y excitante, como un apoyo soñado.Firme y algo gruesa empujaba hacia adelante sin disimulo alguno, parecía desgarrar la tela como queriendo entrar a ese lugar que permanecía firme, sin miras de alejarse, sin ganas de hacerlo.
El calor aumentaba, ya el sudor mojaba todo el cuerpo y el cerebro no tenía tiempo ni ganas para otra cosa que no fuera imaginar el final del momento.Increible, el calor era acogedor y lubricante, el golpeteo en las sienes ensordecedor y la raya se abría sola a cada acometida. La incomodidad del viaje se volvió placer, lujuria, deseo.Que se apague la luz, que el subte se detenga en medio del camino, que el viaje dure para que el placer no acabe era el único pensamiento.El cerebro bombeaba sexo y ya nada importaba.La mano izquierda se fue deslizando lentamente hacia atrás, forcejeó entre el poco espacio de las piernas pegadas y pudo al fin, con gozo y temblor, agarrar al culpable de tal desatino.Ya estaba todo dicho, el partido debía continuar en otra cancha. El se retiró un poco y amplió levemente el espacio. El cierre no opuso resistencia alguna y el trozo mojado y tembloroso se envolvió en la mano.Se notaba que estaba a punto, la explosión final estaba en la puerta de esa cabeza mojada que ya no tenía manera de retroceder.La mano que envolvía y acariciaba, solo esperaba sentir en sus dedos la lecha pegajoza con que se iban a untar. Un sacudón del subte pareció ser la señal y el líquido esperado pintó manos y dedos. El pantalón mojado y la leche bajando por las piernas de su dueño.Seguí dos segundos más y escondí la mano como pude, pero no quise impedir que mis dedos fueran a mi boca y la lengua limpiara con ardor esa leche que se fue depositando en mi garganta.
El subte estaba llegando a destino, aun lleno, como mi boca.Una rápida vuelta me hizo quedar frente a frente con el culpable de tanta locura, un rápido beso de lengua con semen marcó el principio de algo que exigía continuar.Bajamos juntos.
Salimos a la superficie juntos, felices y sin culpa.