Pasó cerca de una hora hasta que Marcela volvió. Yo seguía en la cama como ella me había dejado: atada de pies y manos, amordazada y con los ojos vendados. «Por fin» pensé, cuando escuché sus pasos en la habitación. Se acercó y me ayudó a sentarme en la cama, e hizo lo mismo a mi lado.
-¿Como la pasó mi chiquita… me extrañó? preguntó sarcásticamente, mientras me acariciaba las piernas.
-MMMMPPPPHHHH… – baulbucee bajo mi mordaza.
Ella me acarició un poquito más, y me quitó la venda de los ojos y la cinta que tapaba mi boca. Me besó muy dulcemente, mientras yo la miraba y no podía creer cuanto me calentaba toda esta situación. Pese a los 19 años con que contaba en aquel momento, yo siempre había sido una chica de personalidad fuerte. Ahora me sentía totalmente entregada a lo que Marcela quisiera hacer conmigo. Y, lo que era peor, me gustaba muchísimo estar en sus manos como lo estaba en aquel momento. Y eso mismo es lo que le dije a ella, cuando me preguntó cómo me había sentido al tener una relación así. Ella contestó:
-Bueno, me alegro que a vos también te haya gustado, porque a mi me gustan mucho esta clase de juegos… siempre y cuando no incluyan dolor intenso, tortura, ni nada que la otra parte no quiera.
Eso me tranquilizó, porque era un límite claro, que yo prefería no cruzar. Marcela me besó dulcemente en los labios, y con una sonrisa me dijo:
-Bueno mi amor, ahora voy a preparar algo de comer… vení… vamos a la mesa…
-Vas a desatarme?
-Mmmm… solamente los pies, chiquita… acordate que vos seguís siendo mi secuestrada. Yo me reí… este juego me gustaba cada vez más. Marcela me desató los tobillos, y con las manos atrás como la prisionera que yo era, fuí llevada de su mano hasta sentarme en la mesa del living. Al lado del living, había una bolsa enorme, que yo nunca había visto. Cuando le pregunté que era, ella sólo respondió:
-Ah, esa bolsa… ya vas a ver, es una sorpresa… son algunas cosas que salí a comprar esta mañana cuando salí.
Yo, por supuesto, me moría de ganas por saber qué había en esa bolsa.
El almuerzo fue divertido. Ella preparó todo, y me dió de comer en la boca, mientras yo seguía desnuda y con las manos atadas en la espalda. Entre cada bocado, metía sus dedos dentro de la boca, y yo me ocupaba de absorberlos y lamerlos. Y después de cada sorbo de agua, me besaba, explorando con su lengua cada parte de mi boca. Yo nuevamente estaba a punto de explotar, y esto era potenciado por la imposibilidad de mover mis manos.
Cuando terminamos, Marcela se puso de pie, y echó mi silla hacia atrás, alejándola de la mesa hasta dejarla casi en medio del living. Puso música lenta, y comenzó a desnudarse con movimientos muy lentos. Mientras esto sucedía, yo quise saber algo más sobre mi futuro:
-Y, mi amor, qué vas a hacer ahora conmigo.
No contestó, y siguió quitándose la ropa. Cuando por fin quedó solo con la ropa interior, -que sin dudas había comprado cuando me dejó sola-, casi se me corta la respiración. Llevaba un conjunto muy erótico, de dos piezas en negro con encajes, y medias negras. No era nada original, pero cuando cubrían ese cuerpo impactante (ella era mucho más alta que yo), yo ya comenzaba a sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. Y me sentía más expuesta y caliente que nunca.
Marcela se acercó hacia mí, apoyó un pie sobre la silla donde me encontraba, y se quitó lentamente primero una media, y luego la otra.
Luego, se arrodilló ante mí, y comenzó a pasarme sus dedos por todo el cuerpo… haciendo círculos sobre mis pezones, rozando levemente mis labios… dibujando sobre mis entrepiernas… y pasando su palma suavemente sobre la pequeña cabellera de mi pubis… Pero siempre evitando el lugar de mi cuerpo que más necesitaba de sus caricias. Yo eché la cabeza hacia atrás, y ya comencé a gemir, retorciendo apenas mis manos bajo las ataduras. Ella se rió de mi situación, y dijo Uauu… chiquita, como estamos hoy… no te hagas muchas ilusiones de acabar rápido, mi vida… porque esto va a ser muy lento… y voy a hacer con vos todo lo que quiera…
Yo estaba con los ojos cerrados, y no podía contestar. Marcela se sentó de frente sobre mis piernas, y tomándome fuertemente del pelo, me estampó un largo y profundo beso, al tiempo que con su otra mano seguía acariciando suavemente mi cuerpo. Luego tomó las medias que se había quitado, y las hizo un bollo entre sus manos.
-Bueno, mi amor… ya sabés lo que tenés que hacer, ¿no?
Claro que lo sabía. Abrí mi boca, y ella insertó ambas medias dentro hasta llenarla por completo.
Marcela se incorporó, y fue hasta la bolsa que a mí tanto me inquietaba. Sacó de ella varios metros de cuerda y algunos pañuelos oscuros. Con uno de ellos terminó de amordazarme. Me ayudó a incorporarme, y me llevó hasta la otra punta del living, donde teníamos un enorme sillón, y una alfombra tipo persa a los pies.
Sobre ella fui depositada boca arriba. Marcela se arrodilló sobre mi, y comenzó a besarme por todo el cuerpo. Pasó su lengua por mi cuello, mordisqueó suavemente ambos pezones, y lamió mi ombligo durante varios minutos, como si fuera mi vagina. Yo gemía bajo mi mordaza y retorcía mis muñecas bajo las ataduras. Pero ella seguía con su perverso juego, lamiendo cada pulgada de mi cuerpo, pero evitando siempre mi sexo, que estaba ardiendo a chorros. Con voz carraspeante, me decía «Mmmm… qué caliente que estás, bebé…» Tomó otra cuerda, cruzó mis pies y los amarró fuertemente uno con otro. De esta manera, cuando me hizo arrodillar, yo tenía mis piernas abiertas y mi sexo expuesto, aún con los tobillos amarrados. Se colocó detrás mío y comezó a lamerme el cuello… a rozarme los pezones con ambas manos… a pasarme las uñas por la panza en un cosquilleo casi insoportable… a pasar su mano muy levemente por los pelos de mi pubis… a ponerme cada vez más caliente, tanto que recuerdo haberme puesto a llorar retorciéndome, mientras de mi boca sólo salían ahogados MMMMPPPPHHH… mmmmppphh.. Acompañaba cada movimiento con frases como: «mmm… mirá cómo te ponés… como me gusta verte sufrir tanto… no te da vergüenza ser tan putita… estar tan entregada… voy a hacer con vos todo lo que se me de la gana… y vas a disfrutar cuando yo quiera, bebé.» Y no mentía. Durante un largo rato hizo conmigo cuanto quiso. Me llevaba al borde del orgasmo, y justo en el momento en que yo sentía que estaban por llegar los espasmos, dejaba de tocarme y se masturbaba con un vibrador recostada delante de mis narices, gimiendo y disfrutando todo lo que yo no podía. Temblando y sudando desesperada, le rogaba con la mirada que me hiciera acabar de una vez.
Ella, con su sonrisa perversa, rozaba con su pie desnudo mis senos, mi torso, mi pubis, y lo alejaba inmediatamente cuando yo intentaba moverme hacia adelante. Yo la odiaba, la deseaba, y con las pocas fuerzas que me quedaban retorcía mis muñecas atadas. Cuando ya se dió cuenta que no aguantaba más, se colocó delante mío, me quitó la mordaza y tomádome del pelo fuertemente me besó, metiéndome la lengua hasta la garganta, mientras comenzó a recorrer con el vibrador encendido mi cuerpo. Lo movió alrededor de mis pechos, lo bajó hasta mi ombligo, y mirándome fijamente a los ojos mientras me asía fuertemente del pelo, lo hundió violentamente en mi interior, arrancándome un grito de placer que retumbó en todo el departamento.
Mi sexo vibraba, y continuó vibrando haciéndome sentir cosas que no había sentido en mi vida. Marcela me besó, me soltó, y yo caí de espaldas en la alfombra, semidesmayada. Sentí que me desataba los tobillos y las muñecas. Me colocó boca abajo y masajeó mi espalda y las plantas de mis pies, besándolos y lamiéndo cada dedo. Se recostó a mi lado y yo me abracé a ella como si fuera su hija. Cuando nos recuperamos, hablamos de todo lo que habíamos sentido. Le hice prometer que ella también se iba a dejar «secuestrar» por mí. Y lo hice, pero esa es otra historia.
Se ubicó frente a mi y comenzó a mordizquear mis pezones y a acariciar
Cuando yo tenía 14 años, me fui de vacaciones con mi tía y mi prima a una casa que ella había alquilado en la costa. Mi tía tenía por aquel entonces 35. Era una mujer alta y muy deportista, por lo que mantenía una cola muy bien formada y un físico super llamativo. Mi prima un año menos que yo.
Los primeros días fueron a pleno sol. Nos pasábamos el día en la pileta, jugando en el parque de día y jugando a las cartas por la noche. Mi tía era (y es) una mujer muy vital, y siempre estaba con nosotros en cuanto juego hubiera. Al cuarto o quinto día, una lluvia torrencial que duró varios días, y nos obligó a quedarnos dentro de la casa. Mi tía se pasaba el día leyendo, y mi prima y yo inventamos mil juegos. Estábamos en plena adolescencia, y si bien no jugábamos al doctor, siempre había un muy liviano juego sensual en cada uno de ellos.
Un día, estábamos jugando a las cartas con mi tía, y como para no hacerlo muy aburrido, yo propuse que incluyéramos prendas. Ambas aceptaron y comenzamos el juego.