Ya había superado varias pruebas difíciles con mi mujer, viéndola desde cerca disfrutar de otras pijas. Controlando la situación tan sólo con mi presencia y con la contención y el cuidado que ella me transmite con cada mirada o, quizás, con alguna caricia en ese preciso momento del clímax. Yo estaba seguro cuando estaba presente, y nuestro ocasional compañero sabía que debería ir con cierta precaución para no provocar alguna mala reacción en mí.
Una noche de otoño decidimos seguir avanzando con éste sensual juego y nos pusimos a pensar en alternativas para conseguir superar esas sensaciones nuevas que íbamos descubriendo con cada encuentro. Nos divertíamos y excitábamos pensando y planeando distintos encuentros.
Finalmente decidimos que yo debía abandonar mi lugar seguro de espectador cercano para convertirme en un fisgón y espiar a mi mujer sin que el otro supiera de mi presencia.
Así nos decidimos a invitar a un viejo amigo mío que alguna vez había intentado tener algo con ella (antes de ponernos de novios), pero que no había prosperado. Fue un trabajo de días. Primero ponernos en contacto con él luego de bastante tiempo sin vernos, después de combinar un primer encuentro yo con él solos para ver en qué andaba y allí organizar una cena en casa. Finalmente el vendría y yo llamaría que estaba atrasado. Todo salió de acuerdo a lo planeado.
Colocamos la cámara al lado de la computadora en el living, compré varios metros de cable para llevar la imagen hasta un pequeño televisor que coloqué en el lavadero. Allí instalé mi pequeño bunker de espía.
Nuestro amigo llegó pasadas las 8 pm, mi mujer le abrió y le avisó que yo estaba atrasado, previamente yo le había mandado un mensaje por teléfono diciendo que llegaría mas tarde, mientras intentaba oír sus conversaciones mirando atentamente el televisor.
-Disculpame la facha –le dijo ella fingiendo vergüenza –Pensé que el boludo de mi esposo te había avisado que se retrasaba todo –Ella estaba vestida con un camisón cortito, sin corpiño y con el pelo aún húmedo de la ducha.
-Recién me llegó el mensaje –lo escuché decir y luego mintió –Me dijo que viniera igual y lo espere acá, pero vos terminá lo que estás haciendo.
-Si, quedate, no hay problema. Además hay confianza, che. ¿O ya te olvidaste? –le dijo insinuando y provocando su recuerdo de aquella frustrada relación.
-No, no –contestó entre sonrisas – Imposible olvidarte –concluyó y ambos rieron.
Yo me retorcía y caminaba tratando de ver por la pequeña ventana de la cocina, esforzándome por escucharlos. No habían pasado ni dos minutos, ya había mentido y le había tirado onda. Todo marchaba de acuerdo a lo esperado. Pero… ¿yo estaba preparado para “lo esperado”? Mi corazón latía con violencia, un escalofrío recorría toda mi espalda, mis manos sudaban, estaba ansioso, nervioso. Angustiado. Por un momento me arrepentí de todo, quería llamar por teléfono y terminar con eso, pero debía controlarme y no dejarme llevar por las primeras sensaciones. Me senté frente al televisor, bebí algo de vino y traté de tranquilizarme.
Ella lo llevó hasta el sillón. La cámara brindaba un buen plano de la sala, yo tenía el control remoto y podía hacer zoom y cerrar el lente sobre el cuerpo central del sofá. Por el momento tenía el plano general del living. Ella salió por la puerta que llevaba al baño y al dormitorio, los escuchaba hablar y sus voces me llegaban por el televisor gracias al micrófono de la cámara.
Ella le preguntó de su vida, si estaba en pareja y cosas así. Evidentemente ella le hablaba desde el baño. Se escuchaba el zumbido del secador de pelo. Lo vi levantarse disimuladamente del sillón y asomarse despacio y con cautela. Con su mano entornó apenas la puerta y luego se acercó a la mesa a servirse una copa de vino, mientras seguí espiando a mi mujer.
Ella entró nuevamente a la sala, ya con el cabello seco pero con el mismo diminuto camisón, yo sufría con cada mirada de él, la cámara apenas los tomaba de costado, pero veía como la recorría con la vista. Ella se acercó demasiado para alcanzar una copa sobre la mesa. Él, en lugar de correrse y cederle el paso, se quedó parado esperando que ella lo rozara.
Inmediatamente su mano libre se levanto y la tomó por la cintura a ella. No dijo nada, sólo le sonrió y se quedó quieta. El acarició su cintura y su mano fue bajando hasta sus caderas. Mi mujer estaba quieta, sin decir nada, sólo se limitó a dejar la copa todavía vacía sobre la mesa. Luego apoyó su mano sobre el hombro de nuestro amigo.
-Vamos al sillón –le dijo ella –Recién me mandó un mensaje que todavía tiene para un rato más –ahora la que mentía era ella.
-Buenísimo –festejó el sonriente. Una vez más frené mi impulso de tomar el teléfono y llamar para terminar con esa locura.
Ambos se sentaron en el sillón, él se acercó y ella se fue echando hacia atrás a medida que él se acercaba. Con el control de la cámara, acerqué un poco el plano. Pude observar la mano de mi amigo acariciando la pierna de ella y subiendo delicadamente su camisón. Llegó hasta la cintura y pude ver la diminuta tanguita que llevaba puesta. Él también se dio cuenta de ello y se detuvo unos segundos a admirarla antes de seguir. Mi chica ya estaba recostada por completo sobre el sofá. Él siguió levantando el camisón hasta dejar al descubierto sus pechos. Yo me acerqué un poco más al televisor y comencé a deleitarme viendo sus pezones enormes y rosados bien erguidos. Mi amigo manoseó esos pechos que tanto deseaba y pellizcó los pezones mientras ella soltaba risitas nerviosas. Giré un instante para servirme otro trago de vino y cuando volví mi atención a la pantalla, él ya se había sacado los pantalones y estaba en calzoncillos sobre mi esposa. Su lengua jugaba y lamía las tetas de ella, viboreaba sobre sus pezones mientras mi mujer se retorcía. Él la aferraba de sus muñecas para impedirle que lo saque.
-¡Ay! No… Basta… Puede venir en cualquier momento –le decía con fingida preocupación –Me estoy excitando y no me gusta… Mirá si viene antes… -su voz se escuchaba entrecortada, de verdad se estaba excitando.
-Dale, no seas boba… si te gusta –le reprochaba él –Olvidate del boludo de tu esposo, yo vine acá por vos –lo escuchaba decir eso y me daban ganas de salir y cagarlo a trompadas, pero me contenía, yo también me estaba excitando viéndolos. –Y si llega a entrar, mejor… Así me ve como te lleno de leche. Seguro que le va a gustar. –dijo con atino. Ella soltó una suave risita y se dejó llevar.
Le mordisqueó las tetas y las chupó con ganas. Luego fue subiendo y llegó hasta su oreja. Yo sabía que ese era un buen lugar para encenderla y excitarla. Ella se resistió un poco, pero su lengua le recorrió el cuello y la oreja y ella se estremeció de placer. Y luego lo que hasta ahora nunca había ocurrido y desconocía que me pudiese molestar. Ella logró zafarse de sus manos y lo corrió suavemente hacia atrás, él volvió a acercarse y la besó. Un beso profundo, largo y húmedo que ella recibió con sus labios abiertos. Podía ver sus lenguas cruzarse y pasearse entre sus bocas, ella estiró sus brazos y lo abrazó. Un sudor frío me recorrió la espalda, mi respiración era pesada y mis manos temblaban. Ver ese beso me heló la piel. Di otro largo trago al vino para poder escapar de aquel suplicio y hundí mi cabeza entre mis manos. No quería ver. Los oía murmurar y reírse y eso me angustiaba.
Cuando levanté la vista, algunos minutos después, todo había cambiado. .Ahora era él el que estaba recostado boca arriba sobre el sillón, ya sin sus calzoncillos y ella estaba arrodillada a sus pies lamiendo y chupando su verga rígida. Su cabello rubio estaba atado y su cabeza se movía de arriba hacia abajo repetidas veces hundiendo aquel miembro en su boca una y otra vez. Podía ver cómo se le inflaban sus mejillas cada vez que esa pija le llenaba la boca. Su lengua jugaba con ella, lo lamía, lo besaba y disfrutaba de su hinchazón y dureza.
Él la miraba admirado y dejaba que ella hiciera lo quisiera con su verga. Mi mujer lo chupó y masturbó un largo rato.
-Decime si no estaría bueno que llegara ahora y nos encontrara así, ¿no? –le dijo él con tono irónico. Ella siguió chupándole la pija sin atender a lo que le decía –No sé, hasta quizás le guste y se sume a nosotros… -continuó diciendo con sorna.
-No quisiera averiguarlo –le contestó ella -¿Te falta mucho? No me gustaría que llegue justo ahora y nos encuentre así. –Mi esposa apuró sus masajes y chupó más enérgicamente la verga de nuestro amigo. Entonces vi cómo sus músculos se tensaban, su respiración se aceleraba y su verga crecía un poco más entre los dedos de mi mujer. No faltaba mucho.
Decidí improvisar un final al encuentro. Cómo no me iba a bancar cenar con el pelotudo ese, salí del lavadero y me quedé esperando en la cocina. Asomándome muy discretamente los podía ver en el salón. Sentía mi pija muy dura presionando dentro del jean. Verlos en vivo era otra cosa que por la tele.
-Si… si… seguí así… que ya… viene… -los escuché murmurar con voz entrecortada.
-¿Sí? ¿Te gusta? –decía ella con voz muy sensual -¿Me vas a dar toda tu lechita? Dámela rápido, mirá que ya va a llegar.
Él se incorporó un poco y se apoyó sobre sus codos. Tomó los cabellos de ella y presionó sobre su cabeza para que no saque su verga de la boca y poder llenarla de su jugo.
-Ah! Aaahh! –él comenzó a dar unos gritos ahogados. Ese era el momento indicado.
Entré caminando despacio al living, ninguno de los dos me vieron hasta que me detuve a mitad del salón. Nuestro amigo estalló en un orgasmo intenso y abundante que le llenó de leche la boca de mi mujer. Escuchaba sus exhalaciones forzadas, su mano aferrada al cabello de ella que se esmeraba en intentar tragar aquel manantial de placer. El semen rebalsaba su boca y le chorreaba por las comisuras de los labios y colgaba de su barbilla. Era blanco, espeso, viscoso y abundante…
Al verme él se sorprendió y se asustó, pero no podía controlar ni parar de eyacular. Intentó separarla de su verga, pero seguía escupiendo leche que se derramó sobre el sofá. Mi chica lo miraba y podía distinguir una sonrisa cómplice detrás de aquel baño de semen que cubría su rostro.
-Ehhh… yo te… yo… te puedo explicar –balbuceaba él.
Sin decir nada, me retiré a mi habitación y cerré de un portazo. Luego apoyé mi oreja en la puerta para poder escuchar. Solamente pude oír el “mejor andate” que le dijo mi esposa. A los pocos segundos se escuchó la puerta de salida que se cerraba. Enseguida ella entró en la habitación y en su rostro todo era felicidad. Me confesó que gozó mucho y que le faltó apenas unos segundos para llegar a un primer orgasmo sin que nadie la tocara. Dijo que no podía dejar de pensar en mi y que me imaginaba muy nervioso mirando el televisor en el lavadero. Le confesé mi sufrimiento y mi gozo y luego tuvimos sexo muy salvaje.
Extrañas sensaciones para una experiencia intensa.