Dependiendo de cada circunstancia sexual puedo ser pasivo, activo o combinando ambos roles, de modo que busco tener encuentros con travestis, mujeres que manejen aparatos u homosexuales masculinos. Cuando se han vivido bastantes experiencias, las situaciones tienden a repetirse y, aunque uno haga lo posible por variar, los encuentros son similares y hasta rutinarios. Pero por suerte, de vez en cuando, sucede algo fuera de lo común y que vale la pena recordar. Voy a relatar lo que me ocurrió una de esas veces.
En esa época, solía buscar una pareja entre las ofertas que se publicaban en las páginas Web y cuando encontré un aviso que decía “joven desinhibido, servicio completo”, me dije este es de los míos y lo llamé para acordar un encuentro. Me abrió la puerta un joven un poco gordito, muy sonriente, agradable y vestido informalmente, con un pantalón deportivo y una remera suelta. Me cayó bien de entrada y hasta me pareció que ya lo conocía, pero no pude recordar en que circunstancia. Cerró la puerta y luego de darnos un beso en la mejilla, caminó delante de mí, guiándome hacia el interior, mientras me decía: –“Me parece que nos conocemos, aunque seguramente tenía otro nombre, ahora soy Juan”. –“No importa, nos conoceremos ahora –le respondí y agregué medio bromeando –“Tu Juan, yo Juana” –haciendo una referencia graciosa, a Jane, la de Tarzán y, al mismo tiempo, adelantarle mi preferencia sexual. Normalmente yo no aclaraba mis inclinaciones anticipadamente, dejando que el encuentro suceda naturalmente pero, esta vez, el chico me atraía bastante y decidí ser pasivo. Él no hizo ningún otro comentario al respecto y, en silencio, llegamos a una habitación agradable, apenas iluminada y que olía a limpio. Señalándome un perchero de pié, lanzó un breve “ponete cómodo”. Yo no había terminado de colgar el saco cuando sentí el cálido abrazo de Juan que me llegaba sorpresivamente por la espalda, indicando que no sólo había entendido mi mensaje, sino que estaba asumiendo, decididamente y hasta, me pareció, muy complacido, el rol de macho activo. Pensé que era lógico que yo deseara ser cogido por él, después de todo yo lo había elegido y estaba pagando por eso pero, que él me deseara a mí, me pareció algo fuera de lo común.
–“¿Te ayudo?” –me susurró al oído. Sus manos, desprendiendo los botones de mi camisa, entraban para acariciar mi pecho mientras su cuerpo se apretaba contra el mío. En la nuca sentía su respiración y la caricia de sus labios dándome besitos cortos y suaves pero en mis nalgas, sus ya duros genitales, se apretaban tratando de hacerse un lugar. Este doble juego de suavidad y dureza me encantó, haciendo crecer aún más mi deseo de ser pasivo. Llevé una mano atrás para tantear esa pija que presionaba mi trasero. Estaba muy erecta y el pantalón deportivo la mantenía vertical, sobre su abdomen. La acaricié por encima de la tela y pude apreciar que su tamaño era bastante considerable. Como respuesta a mis caricias, Juan desprendió mi cinto y abrió pantalón y calzoncillos, que cayeron al suelo, mientras que, con la otra mano, bajaba el suyo de un tirón haciendo que mi mano tuviera el primer contacto directo con su verga, que encontré tan dura y, al mismo tiempo, de textura suave, tibia y palpitante. La potente erección, húmeda por el líquido preseminal, era otro claro indicador de su calentura y de su intención de penetrar mi culo. La mayoría de las veces, los juego previos, incluyendo un bucal, son indispensables para provocar una buena erección, pero este no era el caso.
Con movimientos nerviosos terminó de quitarme la camisa y yo sacudí las piernas para liberarlas totalmente de la ropa. La impresionante dureza de su verga entre mis nalgas, los suspiros que emitía, cada vez más profundos, y, sobre todo, el temblor incontrolable de todo su cuerpo, me hizo entender que su deseo de poseerme era auténtico y no una simple actuación profesional. Me di cuenta que estaba viviendo una situación única: Juan quería cogerme y yo quería que él lo hiciera. Muchas veces había entregado mi culo pero, nunca antes, me había pasado de sentirme realmente deseado por un hombre que, además, lo tenía junto a mí, acariciándome, besándome y haciéndome sentir, en mis nalgas, un anticipo de su amorosa y formidable virilidad. A pesar de mi propia urgencia de satisfacer mi deseo, me moví seductoramente para hacer crecer, aún más, el suyo. Acercándome a la cama, me deslicé como una víbora, muy lentamente, hasta ponerme boca abajo y estiré los brazos hacia delante aflojando todo mi cuerpo. Juan se acercó, levantó mi cola con una almohada y se las arregló para poner, como pudo, una toalla limpia debajo de mí. Todo estaba en orden y, mientras yo también entraba a suspirar con profundidad, sólo quedaba esperar su próximo movimiento.
Tocó mis nalgas sólo lo indispensable para poner el gel. Oí el ruido característico del condón que se ponía en la pija. Me separó las piernas y se fue colocando, con suavidad, arriba mío.
Aunque estaba tranquilo y relajado deseaba desesperadamente sentir, de una vez, su carne penetrando mi culo pero Juan también demoraba un poco la acción, haciendo pasar su verga entre mis nalgas, buscando, encontrando y luego alejándose del punto de acceso, lo que hacía levantar al máximo mi deseo. Era un momento de plena felicidad. El acto sexual era inminente y, sin embargo, ambos hacíamos lo posible por levantar el deseo del otro y eso hacía prever un encuentro maravilloso.
Ya no aguantaba más cuando su pija, grande y dura, se detuvo la puerta de entrada de mi culo que, ante esa promesa de tibieza y placer, se le ofrecía sin reservas. Pero, algo pasó, su verga empujaba y no lograba entrar. Yo no hacía nada, totalmente relajado, sacaba mi traste hacia atrás, entregándome por completo pero, por más esfuerzo que hacía Juan, mi culo, que parecía actuar por si mismo, no se abría. Juan entró a medio pararse, buscando un mejor ángulo, mientras sus dedos tanteaban mi ano para asegurar que estaba bien ubicado y volvía a empujar con fuerza, pero seguía siendo inútil. Su pija no entraba y la fuerza del empuje la hacía patinar por la raya y, varias veces, quedaba lejos de mi culo. Pobre Juan, pensé, tan caliente que estaba y no podía ganarse el premio que se le ofrecía. Yo, aunque no podía entender que estaba pasando, seguía deseando que pudiera penetrarme de una vez. Cuando sentí un nuevo empujón, moví mi culo hacia uno y otro lado, pensando que lo ayudaría a entrar pero no sucedió nada.
Juan, después de varios intentos, se levantó para buscar más gel, y noté, con sorpresa, que le hablaba directamente a mi culo, mascullaba entre dientes: – “Ya verás, a mi no me vas a ganar…aunque te cierres, te voy a abrir, te voy a hacer mierda…”. Por alguna razón desconocida, mi culo, que parecía tener suficiente autonomía, no quería ceder, pero esto no era ahora mi principal preocupación sino el estar entregado a un loco que parecía estar decidido a abrirlo como diera lugar. Era un momento muy intenso y traté de encontrar una salida a la situación por lo que, antes que se me venga encima otra vez, comencé a decirle – “Bueno, si no se puede, no se puede…podríamos dejarlo para otra vez…” pero esto, en lugar de calmarlo, lo enardeció aún más. Me di cuenta que lo que acababa de decirle era, justamente, lo que hubiera dicho una novia virgen y temerosa a un marido no podía romperle el himen la noche de bodas, mientras todos los parientes están afuera, esperando oírla gritar, como signo inequívoco que había sido desvirgada y el matrimonio estaba consumado. Me dí cuenta también que, en este caso, yo era la tímida virgen y que él, Juan, era el macho que debía, inevitablemente, romper mi culo. Opté por no hablar más, quedarme muy quieto, dejarlo hacer y esperar para que lo haga pronto.
Cuando me puso más gel frío entre mis nalgas, esta vez, un dedo se demoró ocupándose de abrir una pequeña brecha, algo que sirviera de guía para que esa verga desesperada pueda entrar, abriendo y destrozando lo que sea necesario. Su dedo había entrado algo y él, ahora satisfecho por el pequeño éxito, se acomodó nuevamente a mis espaldas. Volvió a separar mis piernas colocándose cuidadosamente en el lugar correcto y, en ese ambiente único que le ofrecían mis nalgas lubricadas, empujó como nunca antes había hecho, como si fuera un caballero medieval que tuviera la oportunidad de dar una única estocada, por lo que debía ser a fondo, sin dudas ni vacilaciones, recuperando, de una vez, el honor de todos los machos juntos. Y, obviamente, lo logró.
Tras un poco de resistencia, mi culo cedió y la verga de Juan ocupó, de un solo golpe, la plaza conquistada. Contuve, a medias, mi grito de dolor que retumbó en la habitación indicando que, finalmente, el marido había cumplido, rompiendo el culo de la virgen temerosa. El dolor que me ocasionaba la violenta apertura de mi culo era insoportable. Quejándome y moviéndome para sacarme esa verga, comencé a decirle, en medio rogando y medio sollozando – “No aguanto, no aguanto más, sacala, ¡que me duele mucho!”. Él, mientras me abrazaba fuertemente, impidiendo mis movimientos, me contestó en un tono triunfante y feliz –“Así me gusta a mí, que grites como una puta” –y agregaba alegremente–“¿te gusta, Juana, te gusta como te estoy rompiendo ese culito puto?” Casi sin moverse, Juan mantenía con su verga dentro de mí, mientras me inmovilizaba utilizando su peso y la fuerza de sus brazos. El hecho de haberse mojado de tanto querer penetrarme, de lograrlo superando venciendo muchas dificultades y, finalmente, oír los quejidos de dolor de ese culito que parecía recién desvirgado, lo llenaban de tanta felicidad que, en su excitación, me trataba de “puta” y de “culito puto”. De pronto, Juan pareció darse cuenta que mis quejas eran auténticas y, para mi alivio, sentí como retrocedía sacando su pija de mi culo.
– “¿Querés que dejemos acá?” –me preguntó un poco menos triunfalista, casi tristón.
– “No…” –le respondí y agregué– “quiero seguir haciéndolo, pero esperá un poco, que me dolió mucho”. Mientras hablaba miré su verga y pude ver que estaba explotando, tan erecta como al principio. En realidad, Juan estaba loco por terminar de cogerme y yo, aunque me había dolido bastante, quería que lo hiciera.
– “Dale, pero con cuidado, por favor” –le dije acostándome de nuevo en la misma posición. Juan se mostró como un experto abriendo culos doloridos. Pudo una mano en cada nalga y entró a moverlas, alternativamente, una hacia arriba y la otra hacia abajo. Ese movimiento hacía que mi culo se estirara y abriera hacia uno y otro lado. Al poco rato me sentía totalmente relajado, cuando la pija de Juan entró nuevamente adentro de mí, deslizándose poco a poco pero sin detenerse, profundamente, hasta que sus huevos tocaron mi ano. Allí, al ver que ya no me quejaba, separó mis nalgas, llegó a fondo y se mantuvo un rato quieto. Una vez que consideró superado el problema del dolor entró a darme bomba por el culo, ida y vuelta, primero despacio y luego frenéticamente. Ahora el dolor era aguantable y entré a gozar la cogida, tanto que no pude contenerme y acabé antes que él, en la toalla, sin haber tocado mi verga. Él, a su vez, tuvo una acabada larguísima, mientras suspiraba, y emitía un sonido ronco, que semejaba el ronroneo de un gato feliz. Parecía no terminar de cogerme, ahora lo hacía lentamente echándome, entre sacudones y estertores más y más semen. Luego se fue calmando y entró a aflojarse sin sacar su pija todavía, como si no quisiera irse todavía. Finalmente retiró su pija lentamente y cuando mi culo comenzaba a descansar, oí que me decía “perdoname, se rompió el condón”. Era obvio que pasara eso, después de tanto jaleo. Pensé que, si había sido así, seguramente me había llenando de leche el culo. No tenía idea de cuanta leche se trataba pero, casi inmediatamente, sentí que comenzaba a salírseme su semen. Era tanta y no dejaba de salir, que tuve levantarme para ir al baño. La toalla y el camino hasta el baño quedaron mojados y una vez allí, tuve que quedarme sentado un buen rato, dejando que salga todo, antes de lavarme. Estaba un poco dolorido pero pude lavarme. En ese momento pensé nunca antes me había ocurrido algo así. Aunque tuve muchos encuentros parecidos, nunca me había sentido tan deseado, ni mi culo se había portado con tanta autonomía, ni había sido desvirgado por segunda vez, tan dolorosamente. Tiempo después, un travesti con mucha experiencia, al que le conté lo ocurrido, me dijo que, casi nunca, pero a veces sucede que el culo se cierra y, como “es un músculo muy fuerte, es muy difícil abrirlo” y agregó, con una mirada envidiosa, “por eso te dolió tanto, qué suerte tuviste.”.
Al volver a la habitación, Juan, que había estado mirándome en silencio, volvió a hablar: –“Este fue el mejor polvo de mi vida” –me dijo y, mostrando una increíble cara de felicidad, continuó –“fue maravilloso romperle el culo a esta linda putita y oírla gritar”.
A mi también me había gustado pero no quería que me viera sólo como “una linda putita” y no supe que responder. Me acerqué y, como una verdadera puta agradecida, le acaricié la mejilla. Él sonrió y vi como su verga volvía a ponerse erecta. Me sentí alagado por el deseo que aún despertaba en él pero no quise alimentar una relación imposible. Y aunque Juan me seguía pareciendo un macho atractivo me vestí y me fui prometiendo llamarlo, sabiendo que no ocurriría jamás. Yo también había vivido un momento único que, por momentos, me hizo pensar en la posibilidad de ser sólo la putita de Juan, pero sabía bien que había sido sólo un accidente, provocado quien sabe por qué circunstancia biológica o síquica, que probablemente no se sucedería otra vez y que yo, ahora, sólo quería volver a ser el viejo y conocido bisexual de siempre.
Al salir del lugar, Juan volvió a sorprenderme. Me devolvió el dinero que le había pagado, diciéndome: – “Gracias, no me debes nada, te estoy muy agradecido”.
Fue su último regalo, el anterior fue aquel vergazo rompeculo, tan bien dado, que a esta putita, aunque transitoria, la hizo gritar y llorisquear como nunca.