Esta historia me ocurrió hace ya algunos años; cuando tenía 14 y ni siquiera imaginaba que llegaría a ser gay. Ahora tengo 28 y me he animado a contarlo, pues encuentro esta página muy seria. Comienzo: Mi padre siempre ha sido un hombre muy atlético, con un cuerpo espectacular, gracias a los deportes que ha practicado. Era mi ídolo, y no solamente porque todos los padres son admirados por sus hijos. Un día en el gimnasio se lastimó un codo y, aunque ni siquiera le vendaron, su movilidad se vio afectada bastante hasta verse curado. Al día siguiente de la lesión, recibió un masaje de cuerpo entero. Llegó a casa, entró a ducharse y, más o menos, se las arreglaba solo. Pero a la hora de enjabonarse la espalda, pringada de aceite del masaje, la zona que debía frotar su brazo herido no era alcanzada, por lo que me pidió ayuda. Yo estaba harto de verle desnudo, eso es cierto; pero aquel día lo vi de otra forma, añadiendo mi reciente entrada al mundo del sexo, mediante numerosas masturbaciones. Que iba caliente, vamos! Pues acudí a la llamada de papá, me pidió que le enjabonara con la esponja y yo obedecí. Empecé por la zona indicada por él mismo, siguiendo por los hombros. Ya que estoy… -le dije. Y él aceptó, dándome las gracias sin girarse. De los hombros bajé al centro de la espalda, frotando con suavidad. Mientras hacía esto, le miraba el culo con cierto interés, notándome algo excitado. Hasta me di cuenta que en un momento dado me relamía. Bajé la esponja y froté sus nalgas, duras y redondas; perfectas. Hizo un pequeño gesto, como si quisiera girarse para decirme que no. Pero, muy al contrario, sonrió de forma que le pude oir. Metí la esponja por debajo de la entrepierna y pude tocar con mi pulgar sus huevos. Tampoco se quejó por la imprudencia. Subí la mano, frotando con la espoja a lo largo de toda su raja del culo. Apretó gimiendo ligeramente. Ahí es donde me di cuenta de que aquello le estaba gustando. Fue entonces cuando pasé ambas manos por delante de su pelvis y ¡ahí va, se me cayó la esponja! Mas no la recogí; sino que me impregné las manos con espuma de su espalda (el grifo estaba cerrado, por lo que todo el jabón permanecía en su cuerpo) y con las mismas le enjaboné el vello púbico con mucho cuidado. Le pedí que se girara y lo hizo. Pero se puso muy serio y me riñó… porque me había empapado la camiseta; sobre todo las mangas, que eran largas. Me asustó, pero comprendí que lo que quería era que me la quitara, para que no me resfriara más tarde. Así lo hice. Él miraba mi pechito de adolescente y sonreía sin maldad; eso lo sé. Continué con la faena y me dijo que por delante ya se había enjabonado y aclarado él solo. Alegué que los favores se hacen completos. Entonces su sonrisa cambió, al tiempo que su verga se agrandaba, pues yo estaba haciendo mi labor muy a conciencia y mi forma de enjabonarle era la de una de mis pajas. Sonreía y me decía: Pues si las cosas se hacen al completo, quítate la ropa que te queda y entra aquí conmigo, que yo te lavaré a ti, como tantas veces he hecho cuando eras pequeñito. El morbo de la situación y mis ganas de ducharme, viendo tanto jabón, hicieron que no tardara dos segundos en desnudarme. Entré junto a mi papá y seguí enjabonando aquel cuerpazo sin un solo vello, como el mío. De hecho, hizo alusión al tema: Qué cuerpecito tan bonito, suave y tierno. Sin vello que depilar aún. Cuando estuvo totalmente cubierto por la espuma, abrí el grifo y lo aclaré. Ahora te toca a ti, me dijo. Su polla seguía casi tiesa. Se puso gel en las manos y empezó a frotarme con mucho cuidado. Ya con el primer contacto, noté mi corazón acelerarse y mi cosita palpitar. Cuando llegó a los muslos aquello ya se descontroló y me puse a cien. Sonrió y no dijo nada. Sólo detuvo el enjabonado y me aclaró rápidamente, para poder atacar a gusto. Se agachó y, con la mano útil, empezó a pajearme. Pero lo hizo durante pocos minutos, pues se puso en pie y, sin dejar de sobar mi rabito, me comió la oreja y mordió mi cuello de una forma que me estaba muriendo de placer. Yo me tiré a su boca, morreando con él largo rato. Después me apartó un poco y, con un pequeño empujón a mi cabeza, me agachó, quedando con mi cara frente a su hermosa polla. Yo no sabía lo que hacer, por lo que decidió enseñarme con un ejemplo. Me tiró en la bañera, se sentó sobre mis piernas, tratando de no pesarme mucho, y comenzó a comerme la polla como si quisiera tragarla entera. Chupaba a diferentes velocidades y yo me moría de gusto. ¡Ni la mejor de mis pajas se asemejaba a eso! Notó que me iba a correr y paró, abriendo el agua fría rápidamente, para mojarme la polla, que perdió su dureza al momento. ¡Qué putada! -Pensé yo. Pero no. LO que pretendía era que no acabara antes de tiempo, naturalmente. Me elevó un poco, se tumbó él y me puso encima suyo, para que yo le comiera a él igual. Así lo hice, pues me fijé bien en cómo me lo hizo. Comí y comí, lamiendo sus huevos y mordisqueando sus ingles. La punta de su verga me dio varias veces en la campanilla y casi me dan arcadas, pero él la retiraba rápidamente y luego me sujetaba la cabeza para acompasar mis movimientos. Cuando le bastó aquello, me retiró de ahí, nos pusimos en pie y me sobó de nuevo la polla con las manos enjabonadas. Luego pasó a mi rajita y después a mi agujerito, donde introdujo un dedo. Yo estaba muy excitado y mi polla se puso como la madera de dura. Metió un dedo más. Otro. Y no hubo un cuarto dedo, no. Lo que siguió fue su polla de acero. Me ensartó vivo y yo lancé un pequeño gemido de dolor, que en segundos fue de placer. ¡Eso era increíble!! Embistió con energía, cesando en la velocidad de vez en cuando. No dejaba de menear mi rabo con su mano. Yo notaba que me iba a correr. Cada vez respiraba con más fuerza y mi corazón se salía del sitio. Él lo notó y reaccionó muy rápido de nuevo, sacando su polla de mi interior. Quería gozar de mi corrida, me dijo. Se metió mi cosita en la boca y chupó de forma lasciva y enérgica, al tiempo que tres de sus dedos follaban mi culo. Con uno de ellos, tocó mi próstata apretando y ya no pude aguantar más: me corrí en su boca. Siguió chupando para exprimir bien mis jugos, sin dejar de mover sus dedos en mi coñito recién desvirgado. Cuando no me quedaba más leche, ni nada, se sacó mi pequeño pene flácido de la boca, se relamió y se puso en pie, indicándome que me agachara yo. Y eso hice, metiéndome su polla en la boca y chupando, tratando de imitarle. Pero quise imitarle en todo, por lo que puse gel en una mano y le froté el culo, metiendo un dedo, dos, tres. Miré alrededor y vi uno de los tubos de crema de mi madre, cuya forma era casi la de un vibrador. Con eso me follé a mi padre, mientras le comía la polla. Él abría las piernas para sentir mejor aquella improvisada polla dentro. Le asestaba golpes en el interior del ano, que hacían se estremeciera como un poseso. En un momento dado, no pudo más; sujetó fuertemente mi mano, empujó con fuerza y en cuatro o cinco embites salvajes se folló a conciencia, de forma que su leche brotó hacia mi garganta a gran velocidad. Me supo rica y tragué casi toda. Pero me apetecía compartirla con mi padre, puesto que era suya. De modo que me puse en pie y él ayudó a mi acción bajando un poquito, para besarnos apasionadamente mezclando nuestras lenguas, labios y salivas con el esperma que dejé en mi boca. Luego me agaché de nuevo y acabé de chupar lo que le quedaba en la reserva. Nos duchamos otra vez, nos secamos uno al otro y salimos de la ducha, cada uno a su cuarto, minutos antes quen llegara mi madre. Nunca lo volvimos a hacer, pero yo ese día supe que el sexo con chicos era lo mejor para mí.