Este es el relato real de como alcanzamos, con mi mujer, picos inéditos de placer sexual mediante la realización de una fantasía que había incubado en silencio por años: presenciar cómo otro hombre se la cojía.
Mi nombre es Damián, vivo en Bs. As. y estoy casado hace cerca de 10 años con Judith. Ambos rondamos los 30 años. Judith es una bonita hembra, de cuerpo delgado pero muy armónico, morocha y de apariencia algo aniñada. Siempre fue algo tímida, y por eso me costó mucho contarle mi fantasía, lo que me animé a hacer después de que, tras ver juntos una película pornográfica en la que había un supuesto intercambio de parejas, noté que a ella le excitaba la idea. A los pocos días, me sorprendió confesándome que había pensado mucho en la idea y que se mostraba dispuesta a realizarla. El sujeto elegido resultó Antonio, un tipo fortachón de unos 45 años, vecino de nuestro edificio con cuya mujer Judith tenía una cierta amistad. Ella había estado fantaseando con él, según me dijo, desde hace tiempo: le excitaba su contextura física grande y sobre todo, la abundancia de bello corporal que tenía. Sospechaba que Antonio le tenía ganas y estaba segura de que respondería a la menor incitación si creabamos la oportunidad. Acordamos que ella aparecería por su departamento una mañana (la esposa de Antonio trabajaba durante el día, mientras él, que es mozo, lo hacía de noche) con cualquier excusa, lo seduciría y le explicaría la situación en unos quince minutos, al cabo de los cuales yo iría al departamento de Antonio para completar el trío. No me interesaba sumar a la esposa de Antonio: lo único que quería era ver como él se la cojía ante mis ojos.
Esa mañana ella estaba realmente deseable, con su pollerita demasiado corta (un regalo mío) y su blusita algo ajustada que le marcaba fuertemente los pezones, por otra parte duros debido a su excitación. Aguardé con impaciencia un rato y luego toqué el timbre del departamento de Antonio. El me recibió en slips y camiseta, con una sonrisa sobradora y me invitó a pasar. Según supe después, a Judith le costó realmente poco lograr que él la acosara: pretextó buscar un vestido que la mujer de Antonio le había ofrecido prestarle. Sólo tuvo que dejarse arrastrar por la iniciativa de Antonio: el hijo de puta realmente tenía ganas de cojérsela, y no era nada lento. Pronto empezó a manosearla por todos lados, mientras Judith protestaba entre risas. Cuando ella le explicó como venía el tema, el pareció excitarse aún más, y le prometió que le haría de todo delante mío, que la obligaría a comportarse como una puta y que nunca en su vida se la habían cojido como él lo haría. ¡Le puso música! y la obligó a hacer un strip-tease sobre la cama sólo para él! Cuando entré en el dormitorio, ella estaba desnuda sobre la cama, arrodillada con el torso erguido, con sus pezones tremendamente parados y húmedos: me dí cuenta que él le había estado lamiendo sus bonitas tetas. Me sonrió con excitación y nerviosismo y me dijo «hola, amor» con un poco de incomodidad; nuestros sentimientos eran quizá algo contradictorios, y sin embargo, estabamos calientes como nunca. Me desnudé y me senté en un banco a masturbarme mientras miraba con atención todo lo que pasaba.
– Mira como tu mujercita me la chupa toda – me dijo Antonio, mientras se sacaba el slip, y, tomando del cabello a Judith, le introducía se pene parado y grande en la boca. A él le gustaba dirigir los movimientos, obligándola a pasar su lengua y sus labios por el tronco, los testículos, la inflada cabeza de su pija; finalmente pasó un rato enorme durante el cual se la metía en la boca
con movimientos acompasados mientras ella gemía con suavidad y nos miraba a otro y a otro alternativamente a los ojos.
– Me la cojo por la boca, mirá – me decía Antonio. – Y ahora me la voy a cojer por el culo. Pedime que te coja por el culo, putita – le dijo a mi esposa.
– Cojeme… (Antonio le calentaba metiéndole dos dedos en la concha)
– Pedímelo mejor.
– Por favor…cojeme…
– Otra vez.
– Cojeme por el culo… por favooor… cojeme… cojeme toda…
A mi nunca me había dado su culo … ¡y a él se lo rogaba!
– Vas a hacer todo lo que yo diga, te vas a tragar toda mi leche, te la vas a tragar de rodillas, puta.
– Siii… todo… te voy a dar todo.
Yo sentía que la pija me iba a explotar.
Con un poco de manteca, la poderosa pija de Antonio le entró toda en su lindo orto. Se notaba que a ella la conmocionaban, a la vez, el dolor y el placer… Se quejaba, y al mismo tiempo pedía más.
– ¿Te gusta cómo me cojen, mi amor? – me decía – Me está matando…
Y le seguía rogando que le hiciera de todo, mientras él le acariciaba las tetas, las nalgas, le decía obcenidades, la besaba profundamente.
No sé cuanto pasó, pero en un momento sentí que no podía más. Le pedí a Antonio que le acabara en la boca, que después iría yo. Judith, extenuada y satisfecha, se arrodilló con una tenue sonrisa frente a nuestras dos paradísimas pijas. Antonio hizo su descarga lenta y estudiadamente, cuidando de que todo el semen fuera a parar a la boca de mi mujer; yo casi enloquezco viendo como ella saboreaba exquisitamente cada gota, jugueteaba con su lengua con la cabeza de la pija de él y trataba de beber hasta la última gota del líquido que al parecer se le antojaba precioso. Luego yo mismo acabé con violencia sobre su rostro y sus pequeñas tetas paradas…
Esta experiencia tuvo lugar hace poco menos de un año; hubo otras que espero seguir contando en otra oportunidad. Pero esta fue la que más nos marcó por ser la primera en la que mi mujer se comportó como prostituta para deleite de ambos. Hasta pronto.