Después del primer encuentro, Daniel y yo seguimos visitando el baño. Visitamos muchos baños. Y nos encontrábamos ahí para desahogar nuestras ganas y nuestro incipiente erotismo. Si bien, al principio era una repetición, con muy pocas variantes, de lo que fue la primera vez: él masturbándome con ardor y yo entregando mis suspiros y jadeos junto con mis fluidos vaginales a sus dedos; pronto dejó de sernos suficiente. Evidentemente teníamos ganas de más.
El primer paso obvio fue el inicio. Nuestras primeras sesiones comenzaban con Daniel siendo mero espectador y quedándose a la espera de lo que yo haría para después poder actuar. ¿Por qué? No sé, pero me dio la natural gana de preparar el terreno de otra manera. Una de las ocasiones que nos preparábamos a dar inicio a nuestro entretenimiento, le salte directamente al cuello, rodeándole con los brazos y le planté un beso prolongado. De ese arrebato, al cachondeo fue un chiste.
Nos besábamos candentemente, abriendo la boca y enredando nuestras lenguas. Nadie nos los dijo, nadie nos los explicó, lo descubrimos por gusto, de manera natural. También descubrimos naturalmente, la satisfacción que nos daba el acariciar nuestros cuerpos. Sentir la carne doblegarse ante nuestros deseos.
Primero por encima de la ropa. Me ponía loquita sentir las manos de Daniel acariciar mi espalda, apretarla contra él, me deshacía sentir sus dedos pasear por mi brazo desnudo, como si me electrificara toda. Me gustaba que se atreviera a magrear mis pechos por sobre la ropa, a apretujarme toda, a apretarme la cintura y a detenerse en mi cadera, a jugar con mis crestas iliacas. Me gusto aun más que tímidamente primero, y después con devoción e intrepidez, me levantara la falda y acariciara mis piernas, apretujándola con sus manos. Entonces comenzaba a mojarme toda. Me gusto todavía más cuando sus dedos pasearon por donde el intuía que estaba mi raja, mórbida, ansiosa, gustosa, esperanzada.
Mientras, Daniel, me llenaba de mimos, yo acariciaba su cara, llenándolo de besos, mordisqueando sus labios, jugando con su lengua, compartiéndole mi saliva. Mis manos acariciaban su cara, empujaban sus manos, maceraban su espalda y se aprehendían de su pene por encima del pantalón, apretujándolo de tal forma, que su calor traspasaba la ropa, que su fuerza se sentía en mi palma.
Mis piernas se abrían para recibir sus caricias y mi mano se apretaban a su sexo para masturbarlo, por encima nada más.
Pero lo que estábamos viviendo era un alud, una bola de nieve que se iba cargando conforme avanzaba. La naturaleza nos dicta lo que hay que hacer, la intuición y el instinto nos ponen el instructivo para que obremos.
Una tarde, después de nuestro preámbulo de arrumacos y cachondeo, y después que Daniel me hubiera regalado las caricias suficientes para detonar en mi, dos orgasmos; mientras nos despedíamos nuevamente con la lascivia de nuestros besos, dejé que el impulso me permitiera sacar su pene, formidable pene: moreno, grande, caliente, de su escondite. Lo estreché y friccione tanto que en un golpe todo el esperma acumulado se disipo en mi suéter y en mi mano.
Esto era nuevo para mí. Lo olí, retuve su aroma en mi memoria; un aroma acre, penetrante, único. Lo probé, su sabor me llenó de deseo, su consistencia se me pego en la lengua. Lo trague. Daniel me miraba. ¿No te dio asco?, preguntó, y como respuesta y llevada por un magnetismo animal que no entendía pero apreciaba, alcancé a hincarme y lengüetearle el pene para atrapar con mi apéndice bucal el resto de su corrida.
Su pene se inflamo de nuevo, lo lengüeteé de arriba abajo, besándolo, acariciándolo con mis labios, mordisqueando las venillas que se marcaban. Acaricie el glande, rojo, brillante, inmenso que me parecía, con mi lengua. Lo metí en mi boca, con duda, con torpeza pero con tal gana y furor que después de un tiempo sentí un chorro en mi boca que me asusto y me hizo dejarlo. Sentí como me llenaba la cara, como se me metía por la nariz y me goteaba del pelo, estaba gratamente sorprendida.
¿Qué podía seguir de esto? ¿Qué nuevo aprendizaje lleno de lujuria tendría la naturaleza para mí? Ya se los contaré, de momento: muchos besos y lúbricos pensamientos.