Había sido un verano largo y aburrido. Hacía mucho tiempo que mis contactos con la gente de mi edad habían sido reducidos a simples formalidades. Las vacaciones llegaban a su fin, pero a diferencia de la mayoría de la gente de mi edad, eso era motivo de alegría. Ese año empezaba el bachiller y comenzaba a vislumbrar mi futuro. Mi vida estaba tan vacía que eso era lo único que me emocionaba.
Al llegar a clase, vi muchas caras nuevas, pero solo una persona me llamó la atención. Se llamaba Clara.
Por ese momento yo ni siquiera sabía que me atraian las mujeres, pero Clara tenía una especie de luz a su alrededor que me hacía confiar en ella. Pero no fui yo la que me acerqué a ella. Fue ella la que vino a mi, porque me veía muy sola.
Poco a poco, comenzamos a intimar. Yo le conté que desde la muerte de mi padre se había encerrado en mi misma y no tenía amigos, ella me contó que sus padres eran muy conservadores y que tenía que hacerlo a escondidas con su ex-novio.
Un día, sin querer, toqué uno de sus pechos y, tras descubrir que me había gustado, comencé a obsesionarme
con el ella. Me masturbaba pensando en ella, aunque siempre me reprimía y me decía a mi misma que eso no
estaba bien. Yo me ponía muy nerviosa cuando ella estaba delante y aprovechaba la mínima oportunidad para
estar cerca de ella y oler el dulce aroma de su cabello.
Una noche, nos quedamos a dormir en mi casa. Yo estaba muy triste, porque pensaba que jamás podría tener la más mínima oportunidad con ella. Ella se dio cuenta de mi estado de ánimo y me abrazó amistosamente.
De pronto, me sentí mucho mejor. El contacto de sus enormes pechos contra los míos, aunque llevaramos ropa, fue tan excitante que me mojé de una manera brutal. No pude soportarlo más y le dije que me gustaba mucho. Ella me miró largamente y sin mediar palabra, me besó en la boca.
Luego, empecé a besarla por todo el cuerpo. Comencé por el cuello, tras lo que le quité la camisa del pijama y le besé la parte de los pechos que no cubría su sujetador. Luego le quité su sostén de la talla 100 y empecé a mordisquearle los pezones, mientras ella se relamía de placer y emitía unos pequeños chillidos orgásmicos.
Poco a poco, empezamos a desnudarnos. Al principio, ella tocaba mi vagina tímidamente, pero luego me metío los dedos apasionadamente y más tarde aún, comenzó a besarme en los labios vaginales. Nos pusimos en forma de 69, pero nuestra pasión nos impidió acabar la postura y pasamos a la tijera. Al principio ambas teníamos poco práctica, pero tras un rato, se convirtió en un increible placer.
Al final, exausta, Clara se durmió abrazada a mi, pero yo no podía dormir. No quería perderme ni un instante en el que pudiera contemplar su inmensa belleza.