Hacía ya tiempo que mantenía una complicada vida sexual, tal vez demasiado, a veces yo mismo me hacía un lío. Por un lado estaba Julia, mi novia. Es una chica normal y corriente, tirando a bonita pero nada espectacular. La quiero muchísimo pero nuestras relaciones sexuales se han vuelto algo monótonas con el tiempo. Entonces conocí a Amparo, la señora Amparo. Mayor, de unos cuarenta y pocos, divorciada, entrada en carnes y viciosa como pocas. Nuestros encuentros son verdaderamente apasionados y siempre, hasta el momento, encontramos algo nuevo para hacer, sólo nos faltaba el trío. Algunas de las cosas que aprendemos con Amparo las aplico luego con Julia, lo que ha hecho reverdecer de nuevo nuestra relación. Por supuesto, no renuncio a mi cuarentona preferida, en especial por su culo.
De hecho, ese fue uno de los desencadenantes de todo aquello. Mi novia se niega en redondo a dejarse dar, después de probarlo una vez, en cambio Amparo me lo pide a menudo. Me encanta enterrar mi polla en la ancha vagina de la madura, pero gozo muchísimo más cuando la sodomizo. Resulta excitante ver mi nabo desapareciendo en el angosto túnel mientras la perra se retuerce como una serpiente. Con las semanas, fui desarrollando una fijación por los culos, incluso por el mío. Me gustaba meterme cosas, besar el de Amparo y que ella me besara el mío, disfrutaba al máximo cuando la cuarentona metía sus dedos en mi esfínter mientras la follaba… Aquí entró Tin.
Lo busqué sin conocerle en los contactos para gays, recibí y escribí a varios, entre los que estaba él. Respondía a mi petición casi demasiado bien: joven, rubio (aunque teñido), amanerado y con carita aniñada, una maricona perfecta. Establecimos una breve pero intensa relación por el mail hasta que, tras cambiarnos algunas fotos, calientes a más no poder, quedamos para conocernos en persona. Realmente satisfacía todas mis expectativas, tal vez algo más bajito de lo que lo deduje por las fotos, pero eso aún me gustaba más. Fuimos a un pub de ambiente a echar un trago y charlar un poco. Ya allí, desquiciados los dos, comenzamos a montar el numerito. Era mi primera experiencia homosexual desde mi infancia, con un primo. Sin embargo, ya en nuestra primera hora habíamos ido más lejos que en aquel escarceo de niños. Nos miramos apenas un momento y comprendimos lo que queríamos. Tin me tomó de la mano y me llevó a los baños. Eran enormes, rodeados de monitores en los que daban películas gay y abarrotados de tíos, casi como en el mismo local. Buscamos un servicio vacío y, en cuanto una pareja salió de uno de ellos nos metimos.
El hermoso Tin acercó su cabeza a la mía y me dio el primer beso de hombre que recibí. Estaba tan excitado que ni siquiera lo pensé. Mi lengua respondió a la suya y nos fundimos en una morreada larguísima. Nos besamos por todas partes, nos metimos mano y en un periquete ya estábamos con los pantalones abajo. Totalmente salido, me agaché hasta la altura de su tranca que, sin más, me tragué tanto como pude. Chupé siguiendo sus ritmos, que me marcaba moviendo mi cabeza con sus ágiles manos. En nada ya lamía, chupaba y sorbía como si no fuese nuevo para mi. Tin gemía como una zorra y me exigió que le metiese un dedo. Obediente, enterré el pulgar en su oscuro esfínter. Mientras mamaba ávidamente mi primera y salada polla, tocaba con el dedo algo poco consistente en el culo de mi nuevo amante. Aquello aún me excito más y comencé a darle duro y sorbiendo su glande como un poseso. -¡Me vengo, dámelo, dámelo mi amor…!- chilló Tin segundos antes de terminar en un gran chillido. Casi me atraganto cuando el chorro de semen invadió mi boca, parte de él me cayó por la comisura de los labios y, un poco llegué a tragarlo. El resto, se lo di a mi amigo al levantarme y encontrarme con sus labios entreabiertos. Él sí lo devoró ansiosamente, para morrearnos nuevamente al terminar. Calientes a reventar, Tin me ofreció su redondo y prieto culo allí mismo, pasándose mi nabo por su gloriosa raja y punteando su ojete con él.
No era aquella mi idea acerca de la desvirgación con un chico, pero la calentura pudo más que la razón y terminé empujando adentro. Tin soltó un gritito más de sorpresa que de dolor cuando mi glande se abrió paso por el ano. Lentamente, seguí avanzando en mi invasión hasta chocar con sus nalgas. Paré un momento y, al poco, comencé a embolarlo muy despacio. El muchacho se deshacía de placer entre gemidos mientras le susurraba a su oído lo bueno que sentía su pozo. Me ponía a cien dar por el culo a mi amante en ese lugar, escuchando a la pareja de al lado, a los que deambulaban por el enorme servicio… No existía en ese momento más placer que el que Tin me daba y el que, creo, le daba yo. Cuanto más gemía mi amante, más ganas tenía yo de probar aquello, de sentir como el joven potrillo rompía mi culo con su hermosa espada. -Tin, mi amor, júrame que me follarás-, le dije sosteniendo su morcillona polla sin dejar de joderle. Sabía que él era pasivo, pero también que se comprometió a satisfacerme en uno de sus mails, mi culito ardía casi tanto como el suyo con sólo ver su cara de goce supremo. De pronto, mis músculos se tensaron y las piernas empezaron a flaquear, me iba a correr por primera vez dentro de un hombre. Agarrando su pelvis, él apoyado ya en la pared, me lo clavé a fondo y sentí como se vaciaban mis huevos en su caliente túnel del amor. Al terminar, nos quedamos un rato mudos los dos, mientras se bajaba mi pene dentro de su agujero. Un montón de sentimientos contradictorios se apoderaron de mi, entre la culpa y la tranquilidad más profunda. Por suerte, Tin lo resolvió con otro apasionado beso que me hizo ver las estrellas. Luego, con una sonrisa, señaló mi tranca sucia y la limpió con papel higiénico. Ese día terminamos allí, ya que al día siguiente se trabajaba, sólo nos entretuvimos tomando unas copas más antes de irnos, pero nuestra toma de contacto había sido genial.
A la tarde siguiente a eso de las cuatro, tras salir de la oficina y comer algo, me marché directamente a casa de Amparo. Jodimos como animales durante un buen rato, hasta que, como a menudo, terminé comiéndole el coño a la madura. Ella tenía la costumbre de sentarse apoyada en la cabecera de su cama y, abriendo sus patas, exhibía su ancha y profunda vagina. Entonces, mi tarea era chupar su clítoris como si de una pollita se tratase, y en eso pensaba yo mientras le rozaba sus labios mayores con mi barbilla. Recordaba a Tin, su caliente polla serpenteando en mi boca, su semen explotando en ella… De repente, inconscientemente, me metí un dedo en el culo, nada extraño, pero luego fueron dos y empecé a gemir como mi amigo el día anterior. Amparo me tomó por la cabeza y preguntó -¿Me estás diciendo algo, Marco?-. No se me ocurrió más que contarle la verdad. Nos echamos los dos sobre la almohada y comencé a contarle lo que pasó la noche anterior y sus orígenes. Ella empezaba a masturbarse mientras yo hacía lo propio con mi culo, pronto la temperatura volvió a subir en el cuarto de la gordita.
Sin más, me echó de espaldas sobre la cama, abrió mis nalgas y comenzó a chupar mi ojete como una loca. A los pocos minutos se ayudaba con los dedos, entrando y saliendo de mi cuevecita, cada vez más ansiosa. Cada vez quería más, deseaba que me empalasen ya de una vez, quería algo más gordo en mi trasero, a poder ser el nabo de Tin…
-¡Llámale!-, dijo la dueña de la casa cesando su penetración.
-Pero que dices, te has vuelto loca. Apenas le conozco y, además hoy no habíamos quedado-
-Vamos, tonto. ¿Apenas le conoces y ayer te lo follastes? Además, hoy es viernes y no tienes que ir a dormir a tu casa-.
-Sí, pero eso no significa que…-
Ni siquiera me dejó continuar. Me acercó su teléfono inalámbrico y mi cartera. Torpemente, busqué su número de teléfono que, por suerte me dio el día anterior, y llamé. El teléfono sonó apenas un par de veces. Una mujer, sin duda su madre, se puso al aparato. -Buenas tardes, ¿Está Agustín?, soy Marco-. pregunté de forma inocente. -Un momento, por favor, ahora le aviso-. Pasaron unos segundos que Amparo aprovechó para poner el altavoz externo del teléfono y acercarse más a mi, acariciando mi nabo. De pronto, Tin se puso al otro lado.
-Hola, Marco. ¿Qué tal estás?-
-Muy bien, pero te echo en falta, aunque sólo haya pasado un día-.
-Yo también. Llevo desde ayer pensando en ti -, su voz sonaba cada vez más afeminada, a sabiendas de que a mí me volvía loco. -Ayer me partiste el culo, ¿Lo sabías?-
Amparo me miró riendo por lo bajo, -Vamos, no eras virgen- contesté.
-No, eso es cierto, mi amor, pero mi anito vuelve a suspirar por tu polla-.
-Si la quieres te la daré de nuevo. ¿Porqué no vienes aquí?-
-Aquí, ¿Dónde?-
Le di la dirección de Amparo, que él ya conocía por mis confesiones en los mails.
-¿Así que no estás sólo?-, preguntó con un deje de abatimiento.
-Sólo sé que quiero que vengas, quiero follar tu culo, y quiero que hoy me folles tu el mío-.
Amparo ya me miraba cada vez más caliente. La conversación se ponía al rojo por momentos, aún sabiendo que mi madura amante estaba conmigo. Al fin, accedió a venir cómo creo que ya tenía pensado desde el comienzo, pero advirtiendo de que traería una sorpresa. Amparo y yo apenas conseguimos esperarles. Estuvimos a punto de follar de nuevo, pero la cuarentona, sabiamente, me recomendó que lo guardase para luego. No pasaron más de veinte minutos, cuando el timbre anunció la llegada de Tin. Mi gordita amante me ordenó que fuese a abrir.
Enfundado en un grueso batín me abrí la puerta del rellano y me llevé la sorpresa de la tarde. Tin no estaba sólo. A su lado, sonriente, estaba una joven de su edad, 21 ó 22 años, más gorda y alta que Amparo, pero de piel fina y cara hermosa. Sin tiempo para reaccionar, el guapo chico me la presentó como Carolina, su hermana. Ella era la que había respondido al teléfono. Tras un par de besos en la mejilla, Tin me volvió a enchufar su boca igual que la noche anterior. -Ha venido a vernos, lo sabe todo-, me dijo con la más pasmosa de las naturalidades. Por supuesto yo no pensaba objetar nada al respecto… De pronto, ya en el comedor, salió a nuestro encuentro la dueña de la casa, apenas vestida. Se quedó de piedra al ver a la monumental jaca acompañando a mi amante «masculino». Saludó pícaramente a Tin, pero abrió unos ojos como platos al presentarle a Carolina. Preparó cuatro combinados y nos sentamos en la mesita del comedor, los dos chicos en el sofá y ellas en dos sillones frente a nosotros. Después de un rato de charla, durante la cual Carolina apenas dijo algo, en la que habíamos pasado enseguida a hablar de sexo y más sexo, la joven se destapó. -¿Cuando vais a empezar chicos?-, preguntó secamente. -Sí, queremos veros-, añadió Amparo.
Por toda respuesta, Tin se levantó y empezó a desnudarse, exhibiendo enseguida su cuerpo sin apenas pelo. Su pene ya se encontraba en semierección, no como el mío que ya se encontraba listo para la jodienda. También yo me despojé del batín, arrojándolo al suelo y nos fundimos de pie en un cálido abrazo. Nuestras manos buscaban el culo del otro, nos acariciábamos la espalda, besábamos nuestros cuellos… Enseguida la tranca de Tin se encontraba como la mía. Vi que las dos mujeres se acomodaban mejor en sus sillones, pero sin hacer nada más por el momento. Mi amante rubio teñido se tumbó en el sofá con su polla apuntando al techo. Me disponía ya a chupársela, arrodillado sobre la alfombra, cuando Tin me dijo que quería un sesenta y nueve. Me puse sobre él y me llevé su polla a la boca, acercando la mía a la suya. Me di cuenta de que Tin comía sólo mi glande, exagerando los movimientos a lo largo del nabo para que las dos mujeres pudieran verlo bien. Le imité y nos dedicamos a ofrecer a las dos gorditas el más caliente de los espectáculos gay. Pronto acercaron los sillones para vernos mejor y Amparo, más lanzada, se empezó a manosear por debajo de su ropita. Poco tardó Carolina en unirse a la juerga. Apenas empecé a besar el culo de mi joven amante, cuando se puso en pie y dejó caer su falda para volver a sentarse. Sus dedos se perdían por entre las grandes bragas que ocultaban su pocito, sin duda chorreante.
Amparo, ya sentada sobre la mesita, me alargó un negro y enorme consolador vaginal, mientras la hermana de Tin se sentaba a su lado, ya despojada de sus bragas. Unté mis dedos en un tarro de vaselina y comencé a darle al rubito. Uno, dos y hasta tres dedos desaparecieron en el dilatado esfínter al ritmo de sus gemidos, que ponían a las gordas a mil. Con sus caras cada vez más cerca del culo del guapo macho, no se perdieron detalle de la metida. Apreté suavemente el consolador hacia el abierto ano y, sencillamente, desapareció. Se lo tragó sin apenas pestañear, entre obscenos comentarios de las dos damas. Me arrodillé en la cálida alfombra con la pichulina erecta de Tin ante mí. No lo dudé ni un instante y me tragué aquella maravilla. Carolina tenía ya su cara pegada a la pelvis de mi gimoteante amigo, al que follaba y chupaba como un loco. Mi querida Amparo se apoyó en mi espalda y besaba mi cuello como podía al tiempo que me susurraba toda clase de obscenidades. De pronto, sentí sus dedos metiéndose en mi culito, hurgando dentro de él. Me volvía loco tener algo en mi esfínter. Vi sorprendido que Carolina besaba las tetillas de Tin sin dejar de manosearse su conchita. El pobre chico ya no aguantaba más. -¡Me corro, me corrooo…!-, chilló. Saqué su polla de mi boca y le hice una rápida paja bajo la mirada expectante de las dos gordas que aplaudieron a rabiar cuando explotó la polla en un chorro de leche. El semen saltó hasta dar un poco en la cara de Carolina, cayendo el resto sobre el lampiño vientre de Tin. Al terminar, limpié la tranca de mi amante con esmero hasta que le quedó limpia y fláccida. Con mucho cuidado, le retiré el consolador de su culo y lo besé echándome encima suyo.
Las dos gordas nos acariciaban recordándonos lo maricones que éramos. Me incorporé y lo dejé a él todavía sentado en el sofá. -¿La quieres, mi amor?-, le pregunté enseñándole mi tiesa herramienta. El guapo macho, abrió sus piernas y me metí entre ellas, tanteando su abierto pozo con la punta de la polla. Sin más, empujé y quedó ensartado por mi nabo. Tin se relamía los labios mostrando su satisfacción de forma evidente. Le di unas largas emboladas que nos arrancaban jadeos de gozo mientras las gorditas nos seguían acariciando. Notaba aún unos dedos jugando con mi esfínter, dándome un placer indescriptible. Súbitamente, la madura anfitriona los retiró. Me giré para protestar, pero todo lo que llegué a ver fue el negro consolador que le metiese a mi amigo poco antes. Creí que me partían en dos. Carolina ayudó a la madura a metérmelo, yo gemía y empecé a llorar cuando sentí que la bola final me llegaba a las nalgas. Estaba totalmente traspasado y apenas podía moverme, mi erección dentro de Tin había bajado un poco, pero pronto me amoldé al monstruo que invadía mi trasero. El intenso dolor fue cediendo mientras Tin me animaba a seguir, siendo sustituido por un profundo y agradable calorcillo en mi recto. Volví a culear, follando al guapísimo efebo, sintiendo el placer más grande que recordaba. Carolina puso su cara ante la mía y nos morreamos lascivamente. Nuestras salivas caían sobre el pecho del enculado que daba grititos cada vez que le llegaba al fondo. Entre las sensaciones de mi ano y las de mi polla, no tardé en correrme más de cinco minutos, llenando al joven con mi espesa y caliente leche. Rendido y sudoroso, caí sobre Tin que me recibió con el más cálido de los besos, poco después, Amparo retiraba el consolador que me follaba dejando en mi un gran vacío.
Continuará.
P.d.: Si os ha gustado este relato, hacédmelo saber. También me gustaría que me propusiéseis personajes, situaciones, o cualquier cosa que se os ocurra.