Era sábado por la noche, una tranquila noche. No había nadie en casa. Llevaba esperando ese momento durante toda la semana, fantaseando sobre lo que haría el sábado por la noche cuando no hubiese nadie en casa, cuando solo estubiera yo y mis fantasías, cuando fuese libre de hacer lo que quisiera, de jugar conmigo todo el tiempo que quisiera y como quisiera, sin tener que ocultar mis gemidos como en las otras eróticas noches de la semana cuando no podía acompañar mi leche con un gemido de placer.
Estaba en mi habitación, tumbado pensando en las fantasías que había logrado realizar con mi novia Andrea, pensando en aquella masturbación del viernes anterior, cuando mi leche manchó con amor sus pechos, cuando yo gemía suplicando que aquella dulce mano de Andrea se moviera más rápido, al compás de mi deseo. Desde aquel viernes tuve que contentarme con el placer que podía darme mi propia mano ya que mi amor parecía estar pendiente de otros asuntos. Aquel sábado quería disfrutar conmigo, gemir, revolverme y disfrutar, tratando de no hechar de menos la mano de Andrea.
Me quité el jersey bajo la luz ténue de una lámpara mientras mi mano recorría mi pecho buscando desesperadamente mi pantalón, bajo el cual ya estaba preparado mi miembro. Por mi cabeza empezaron a pasar fantasías, recordando la primera vez que hice el amor con mi novia, aunque aquel día preferí pensar en otras cosas: en mi dulce hermana, más atractiva que mi novia, más joven (tan solo 18 años), con un cuerpo de ensueño y una largísima melena castaña, la novia que siempre quise tener, la chica a la que siempre quise hacer el amor.
Hasta el momento tenía que contentarme con oír sus tímidos gémidos de placer mientras se revolvía como una gatita en la cama. Solo pensando en eso ya no pude aguantar más. Me quité el pantalón apresuradamente, quedándome en ropa interior y acariciándome el pene entre pequeños sobresaltos de placer. Cerré los ojos y me quité lentramente el slip, dejando libre mi pene, deseoso de ser masturbado. Allí desnudo, pensando en mi hermana tocándose los pechos, entré en un mundo de placer ajeno al real. Tan ajeno que no escuché la puerta de mi casa.
Mi mano se movía lentamente arriba y abajo, recorriendo todo mi pene, muy lentamente mientras mi respiración se aceleraba y mi leche comenzaba a subir. Pero entonces pasó algo extraordinario. Noté como unos dulces labios se juntaban con los míos y se acercaban a mi oído, susurrándome: «tranquilo, hermanito, tranquilo, soy yo. No abras los ojos aún. Tan solo relájate». Aquello me excitó ¿acaso estaba soñanado?. Bajó su mano hasta la mía retirándola suavemente, un solo roce de su mano me hizo dar un respingo. Pasó su mano por todo mi pene, acariciándolo en círculos muy muy despacio. No sabía si aquello estaba bien… yo tenía novia, la quería muchísimo, pero no puedo negar que su frialdad hacia mi me desesperaba. Aquella era la oportunidad de desquitarme.
Oí como Andrea se quietaba el jersey y noté como se ponía encima mío con su orificio de placer tocando mi pene. «Abre los ojos». Entonces la ví. Allí estaba, puesta encima de mi, con sus grandes ojos negros, su larga melena y unos pechos de ensueño, con su minifalda sin ropa interior rozando mi miembro. Se inclinó y me recorrió mis labios con su lengua de fresa, el roce con mi pene debió excitarla por que dio un respingo, besándome ahora apasionadamente. «Tranquilo» dijo «relájate». Paró de besarme en los labios y bajó dulcemente por mi cuello y mi pecho hasta llegar a mi erecto pene, pasando su lengua por la punta noté el calor de su boca. Deseaba correrme, deseaba que me lo hiciera hasta que mi leche manchase sus pechos y su cara, tal como pasó con Andrea.
Con su lengua recorrió todo mi pene de arriba a abajo mientras yo apenas podía aguantar el placer. Era mi fantasía favorita y ahora se hacía realidad. Pero antes de que me diera cuenta se metió todo mi miembro en su boca, jugueteando dentro de ella con su lengua. Abrí los ojos. Siempre recordaré aquella escena. Andrea era reticente ante según que tipo de sexo y jamás quiso masturbarme con su boca, pero allí estaba mi hermana, apretando su labios y su lengua con un movimiento suave de arriba hacia abajo. Ella también estaba excitada, cada vez lo hacía más y más rápido mientras con una de sus manos acariciaba un pezón primero y luego todo su pecho.
Ya no podía aguantar más. Iba cada vez más y más rápido, con sus labios y se lengua masturbándome como nadie había hecho hasta entonces. Ella sabía que yo me iba a correr por lo que retiró levemente su boca de mi pene, dejándo sus labios a pocos centímetros de mi miembro mientras me masturbaba ahora con su mano. «Vamos córrete, córrete, sé que lo estás deseando, córrete en mis labios, vamos vamos córrete». No pude aguantar más, chorros de leche surgieron de mi pene hacia sus labios y su cara. Mientras me corría se levantó y pasó sus pechos por mi pene, mojándolos de mi semen. Aquella sensación me era desconocida. Claro que disfrutaba con mi novia pero jamás había sentido semejante placer.
Mi hermana se inclinó sobre mi, con los labios mojados por mi semen, y me besó pasando su lengua por mis labios. «Siempre te gustaron mis pechos. ¿No quieres darme un último beso?». Me incliné sobre sus pechos llenos de semen, con sus pezones blancos por los chorros de mi placer y los besé con una pasión que jamás había sentido. Ella estaba excitada pero solo se acercó a mi oído y susurró «me ha encantado hacértelo… ¿querrás comérmelo la próxima vez? sé que te has masturbado más de una vez pensando en lamer mi conejito». Dicho eso se levantó y se fue, no sin antes darme otro beso. Fue fantástico.