Estaba, como mucha gente, realmente aburrido de mi vida sexual. Siempre lo mismo, en los mismos lugares, las mismas posiciones, conociendo en que momento se iba a venir mi pareja.
Llegó el momento en que disfrutaba más masturbarme, imaginando historias o leyendo relatos de otras personas que haciendo el amor.
Algunas veces un simple catálogo de lencería me prendía al grado de masturbarme dos o tres veces al día.
Un buen día, navegando por Internet, leí acerca del «ball busting» que no es otra cosa que patear o golpear los testículos.
– El sado no es lo mío. Pensé, mientras leía.
Pero, para sorpresa mía, a los pocos minutos tenía una erección a tope.
A partir de ese día, la mayor parte del tiempo que pasaba navegando por Internet la ocupaba en buscar páginas e información sobre «ball busting».
Bajaba videos mpg, imágenes, leía relatos y comentarios.
En la calle, cada mujer que veía, la imaginaba pateándome los huevos. Algo tenía que hacer.
Hace unas semanas, mientras charlaba por el icq, me animé a contarle a una amiga (la cual nunca la había visto, pues la había conocido meses antes en este chat) lo que me pasaba.
Comencé a contarle de una manera muy sutil, pensando que, si se molestaba, cortaba el tema de tajo y fin al asunto.
Ella nunca me había querido enviar su fotografía, pues decía que mientras no adelgazara no enviaría nada, y aunque nunca nos habíamos dicho nuestros nombres completos (solo los de pila), sabíamos que vivíamos en la misma ciudad (Guadalajara, México) y en rumbo cercano por temas comunes a la hora de charlar, aunque siempre habían sido temas superficiales.
Las charlas fueron subiendo de tono, hasta que un día le pregunté si quería probar y me contestó que si, pero con la condición de que no se viera su cara, pues no quería tener problemas con su marido o su familia. Los dos estábamos emocionados.
Arreglar la cita no fue nada fácil ¿cómo nos podríamos citar con la cara tapada?.
Al final, nos quedamos de ver en un hotel de la ciudad. Yo debería de llegar antes y registrarme con un nombre ficticio, el cual inventamos los dos previamente, ella llegaría y preguntaría por mi y yo abriría la puerta con un antifaz y ella ya tendría otro puesto.
Llegó el gran día, me registré, ella llegó y para mi sorpresa no estaba tan mal como pensaba que estaría.
No es una mujer muy delgada, pero no está nada mal. Tiene unos senos muy apetecibles, una cintura estrecha y unas nalgas bastante bien formadas aunque de cadera ancha.
De su cara no puedo comentar nada, pues hasta el momento nunca se la he visto!
Estábamos, pues, los dos ahí parados, sin saber que decir, hasta que rompí el hielo ofreciéndole un vaso de tequila (que ya sabía que le gustaba mucho) y nos pusimos a charlar.
No estábamos charlando como en el chat, pues la situación era un poco tensa, pero nos fuimos aflojando hasta que nos dimos cuenta que la botella se había terminado por completo y llegó el momento de abrir la segunda botella.
A las dos horas, nos encontrábamos muertos de risa y no dejábamos de hablar, hasta que ella dijo:
– Entonces que, ¿comenzamos?
Yo ya estaba de lo más caliente imaginando lo que se venía, aunque llegué a pensar que no haríamos nada de lo planeado, pues yo no quería abrir el tema.
Me puse de pie y me dijo
-¿Quieres desnudarte o comenzamos con lo que traes puesto?
– Comencemos así. Le dije.
Yo traía unos pants blancos y boxers, pues quería estar lo más cómodo posible.
Me paré frente a ella, con las piernas ligeramente separadas y ella tiró su primera patada de una manera suave para ir midiendo, pues habíamos quedado en que iríamos subiendo el tono y la fuerza poco a poco.
Los dos éramos completamente novatos en esto.
Al primer contacto con su pie desnudo (ella seguía completamente vestida al igual que yo), comencé a excitarme y pensé que esto se iba a poner cada vez mejor.
Ella llevaba una falda negra que le llegaba unos 10 cm arriba de las rodillas, por lo que, cada vez que levantaba la pierna para tocar mis testículos dejaba ver su ropa interior de color negro, lo cual me ponía cada vez más caliente.
Llevaba 6 o 7 «patadas» (subía la pierna lentamente), cuando le dije que comenzara a patear un poco más fuerte.
Comenzó a patear cada vez más fuerte hasta que me dijo:
– ¿Estás listo?
– Si, estoy listo, pero quítate la blusa.
– Quedamos en que no me iba a desnudar, ¿recuerdas?. Me dijo.
– No te vas a desnudar, solo te vas a quedar en brassiere. Eso me prende.
¡Además no sé quien eres!
– Está bien, pero creo que es mejor que te quites los pantalones para poder patear mejor, ¿no?
No solo me quité los pantalones, sino que quedé completamente desnudo frente a ella y con una erección brutal. El tequila hace maravillas. Los dos estábamos hirviendo de excitación.
Tomé un sorbo de tequila, me paré de nuevo frente a ella, abrí ligeramente las piernas y me preparé para una de las mejores sensaciones que he tenido en mi vida.
Ella se quitó la blusa por fin y al momento que vi esos senos enmarcados en un increíble brassiere negro de encaje mi erección se hizo deliciosamente dolorosa.
Nos miramos durante varios segundos (que fueron eternos) y lanzó su primer patadas con fuerza.
Su pie ascendió hacia mi entrepierna y golpeó mis testículos, pero los golpeó con su tobillo sin causarme dolor.
Bajó su pierna, me miró unos segundos y pateó de nuevo con fuerza. La patada entró directa a mis huevos.
En ese momento vi todo blanco, me doblé hacia delante y caí al suelo sin aire.
Ella, según me contó después, sentía una sensación de poder que nunca había
experimentado.
El dolor era fuerte, pero delicioso, aunque comencé a perder la erección. No podía creer que estuviera disfrutando tanto esto.
Se acuclilló hacia mi y me susurró al oido:
– ¿Quieres repetir?
– ¡Claro que si! Solo deja recuperarme un poco. Le dije entrecortado.
Ella lo estaba disfrutando tanto como yo.
Me puse de pie, doblado hacia delante aún y, para sorpresa mía, comencé a tener una erección de nuevo y tan fuerte como la anterior.
La sensación de estar ahí, desnudo, en el suelo y ella al lado mío mirándome me puso más caliente que nunca.
Ya de pie, no aguanté más y comencé a masturbarme. Solo alcancé a decir:
– No te molesta, ¿verdad?
– Claro que no. Dijo. – Me está excitando más de lo que te imaginas ver lo que estás haciendo.
Me acerqué a ella y le puse una mano en sus senos (la otra la tenía ocupada masturbándome) y ella dijo:
– Quedamos en que no habría nada de sexo entre nosotros. Por lo menos no ahora.
Yo no sé que pensaba esta mujer! La carga sexual que flotaba en el ambiente entre los dos era tremenda.
– Está bien. Le dije. Pero hazme un favor. Comienza a tocarte.
Y comenzó a jugar son sus senos de una manera impresionante. Esto, sin quitarse el brassiere.
Todo esto era demasiado para mi, pero cada vez que sentía que me iba a venir, detenía el movimiento de mi mano.
Yo miraba hipnotizado sus manos jugando con sus senos y ella miraba mi mano acariciando mi pene.
De repente y sin aviso tiró una patada dándome de lleno en los huevos!
El dolor fue indescriptible! Y ahí estaba yo, de nuevo en el suelo, pero esta vez mis manos cubriendo mis genitales magullados.
Levanté la vista y vi algo que no olvidaré nunca: ¡Se estaba masturbando!
Tenía la falda levantada y frotaba rápidamente su pubis con sus dedos por encima de sus panties.
Empezó a gemir (junto conmigo, pero yo gemía de dolor) y me puse de nuevo de pie una vez que me recuperé un poco.
Comencé a masturbarme de nuevo y le pedí que me tocara los huevos con su mano.
Esta vez obedeció sin queja y comenzó a apretarlos y a jugar con ellos.
De nuevo comencé a tocarle los senos y esta vez no dijo nada.
Yo todavía estaba adolorido (estuve adolorido hasta el día siguiente), pero eso no impidió que me viniera con una fuerza que hizo llegar mi semen hasta su falda.
Ella se vino unos segundos después y decidimos descansar un rato (nos dormimos dos horas!).
Cuando sonó la alarma de mi reloj, ella se puso de pie y dijo:
– Tenía que estar en casa desde hace una hora!
Se arregló lo más rápido que pudo y se despidió de mi con un beso muy tierno.
La acompañé hasta la puerta y me dijo:
– ¿La despedida?
– No! Le dije. Déjame tomar fuerza para la próxima.
– ¿Va a haber una próxima? Preguntó.
– ¿No? Le contesté.
– Claro! No me perdería por nada pasar por esto otra vez.
Cabe mencionar que en ningún momento nos habíamos quitado los antifaces (es de lo más incómodo).
La siguiente sesión fue mejor. Se las contaré próximamente.