Mi vida cambiaría drásticamente cuando estaba pasando los cuarenta años, era un tipo normal, con una vida normal, compartía mi vida con Beatriz, mi gordita, como siempre le decía, padre de cuatro hijos, dos con ella y otros dos de mi anterior matrimonio.
Me levantaba temprano, a la cinco de la mañana, desayunaba rápido y me iba a mi trabajo, a solo unas cuadras de mi casa, era empleado en un bar muy coqueto que estaba sobre la avenida, antes de abrir hacíamos una limpieza superficial, ya que teníamos varios clientes que tenían como rutina desayunar en el local y no debíamos perder tiempo.
Generalmente, prefería barrer y regar la amplia vereda, sitio en el que luego poníamos las mesas que quedaban al aire libre hasta el anochecer.
Para mi desgracia, mi maldita desgracia, ella se cruzó en mi vida… Estaba regando como de costumbre, eran las seis de la mañana y el sol recién se asomaba, ella pasó caminando sola por la vereda, no sabía de donde venía, no sabía a donde iba, una joven de cabello corto a los hombros, rubia, calculo que no llegaba al metro sesenta, seguro no llegaba, mi impresión fue de entre quince y veinte años, a esa edad las chicas están en pleno desarrollo y se me hizo imposible poder precisar mejor, bonita, delgada. Con el paso a mi lado tuve que dejar de baldear, solo usé la escoba como apoyo y me quedé mirando hasta perderla de vista, tenía una remera que llegaba a su cintura, y unas calzas negras brillantes que parecían pintadas en su piel, sus piernas delgadas eran perfectas, su cola redonda y respingada sobresalía como un apetecible manjar, era la perfección geométrica, su cintura era tan pero tan diminuta que solo hacía resaltar su perfecto trasero, al alejarse, los rayos del sol que se levantaban en el horizonte se metían por un más que generoso hueco que formaba su sexo con el nacimiento de sus piernas.
Aún tenía su perfume en la nariz cuando me encontré meditando, no era su perfección lo que me había dejado tildado, solo me preguntaba por qué?, porqué una niña sabiéndose tan bonita salía vestida así a la calle, a las seis de la mañana, era necesario? No podía entenderlo, no podía justificarlo, me sentía provocado, me negaba a asumir que era pura inocencia…
A lo largo de la jornada, inconscientemente me encontraba con su imagen en mi cerebro, haciéndome una y otra vez la misma pregunta, sin encontrar respuesta.
Al ir a dormir por la noche, otra vez esa imagen, su culo perfecto, me increpé a mí mismo, que estaba pasando?, me convencí que el problema estaba solo en mis pensamientos hasta conciliar el sueño.
Al día siguiente, para mi tortura la escena se repetiría, solo que esta vez sus calzas eran naranja flúo que llamaban aún más mi atención, creo que mi corazón casi explota al notar los elásticos de una pequeña tanga que evidenciaban sus glúteos desnudos bajo esa prenda ajustada.
Pronto me mal acostumbré, día a día calculaba el horario solo para verla pasar, memoricé cada una de sus calzas, colores, formas, su trasero se grabó en mi mente, línea por línea, detalle por detalle, poco a poco comencé a sentir una perversa obsesión hacia esa joven.
Y mi obsesión por esa niña fue en aumento, ella me daba una ilusión para vivir, las cosas con mi gorda no marchaban bien, siempre eran reclamos, siempre eran problemas, que la plata no alcanzaba, que los chicos rompían cosas, que los parientes, siempre había algo, además siempre estaba agotada, nunca tenía ganas y me hacía sentir como un enfermo sexual, poco a poco me fui inhibiendo ante ella, me fui resignando y mi aburrida jornada solo se justificaba en esos minutos del amanecer…
Así que esa rubia se había transformado en mi motor de cada día, solo verla pasar, se transformó en mi oscuro pecado…
Esa mañana fue diferente, la vi venir, pasó a mi lado indiferente luchando por prender un cigarro, con un encendedor que fallaba en cada intento, la rubia jamás me había registrado, nunca adivinó que alguien la observaba, tenía unas calzas de ensueño, combinando tonos de verdes claros con celestes, mi vista ya se había perdido en sus nalgas cuando giró de improviso sorprendiendo mi mirada en el lugar prohibido, ella se dio cuenta que estaba mirando por más que yo disimulara, solo dijo:
– Perdón, tiene fuego?
– Tengo cualquier cosa para un ángel…
No sé por qué dije eso, fue lo primero que vino a mi mente, me sentí muy estúpido, busqué mi propio encendedor y disparé mientras le daba fuego:
– Perdón, tu nombre es…
Rio y tirando su primera pitada sobre mi rostro para responder con el cigarro entre sus labios
– Me llamo quinientos…
Me quedé congelado, sin saber que decir, que hacer, solo la vi alejarse como cada mañana, era prostituta…
Los días siguieron pasando, solo que ahora ella me regalaba una sonrisa a su paso, y decidí que ya no dejaría pasar la oportunidad…
Junté los pesos, uno por uno, para poder tenerla. Hablé con ella, fui a su departamento…
Esa noche me recibió con unas calzas blancas para el infarto que le partían la concha en dos, no hablamos mucho, no era charlar lo que precisamente deseaba, fui torpe, sin delicadeza, la sostuve contra mi cuerpo, su culo estaba contra mi sexo y sentí como mi verga se había parado, como hacía tiempo que no lo sentía, el pulso sanguíneo me retumbaba, con una mano acaricié su boca, bajé suavemente hasta sus pechos, la tela de su remera me impedía el contacto directo, pero pude sentir la suavidad de sus formas, ella empezó a apretar su trasero sobre mi sexo, a recular moviéndolo sensualmente de lado a lado, y eso me excitaba, exclamó suavemente:
– Te gusta papi?
Respondí su oído
– Dios… no puedo creerlo…
La mano que acariciaba sus pechos bajó lentamente, la colé bajo sus calzas, sentí la seducción de su tanga, fui más abajo, su raja estaba suave y al tacto percibí una dulce depilación, por instinto cerraba sus piernas y se encorvaba hacia atrás, pero inconscientemente solo lograba apretar más y más su culo contra mi sexo.
Las gotas rodaban por nuestros rostros, transpiración, excitación, calor.
Pisé con mis zapatillas las suyas para dejarla descalza, comencé a forcejear para bajar su calza, al fin sentía la piel suave de su culo perfecto, la solté a corta distancia y le dije que terminara de sacarse las calzas que ya había bajado hasta sus rodillas, ella obedeció como todo una profesional.
Mientras ella solo se quedaba con una espectacular tanga blanca como la nieve, yo sacaba mi pija dura y le colocaba un preservativo, fui tras sus pasos hasta su escritorio que se ubicaba a un costado, la rubia entonces sacó la pequeña colalees dejándome ver su concha hermosa, regordeta y casi lampiña que quedaba ante mis ojos, en un hermoso gesto ella tiró la prenda íntima sobre mi rostro, sentí su aroma a mujer, la llevé a mi boca para notarla empapada por sus flujos, se sentó sobre el mueble, abrió sus piernas apoyando los talones a los lados, dejando sus sexo al borde sugirió:
– Vienes?
Tenerla tan sumisa solo lograba aumentar mi perversión, escupí en mi verga, apunté y se la metí por completo, al fin, al fin esa puta era mía, me moví en su interior, mi verga caliente la penetraba sin piedad, una y otra vez, una y otra vez, levanté su remera, también su sostén, sus diminutos y blancos pechos se movían al compás de mis embates, unos pequeños pezones asomaban provocándome, quería más, el demonio que me poseía quería más…
La levanté y la obligué a girar, parada en el piso, ahora con su vientre y sus pechos contra el escritorio, con mis piernas la obligué a separar las suyas, ahora su enorme y precioso culo que tanto había deseado estaba ante mis ojos, desnudo, perfecto, el bronceado del sol me hizo saber que usaba un traje de baño más diminuto de lo que hubiera imaginado, escupí en mi mano y la pasé por su dilatado esfínter, ella solo se acomodó, preparándose para lo que venía
No tendría piedad, noté su culo estirado, escupí en el hasta no tener saliva, empujé suavemente para no lastimarla, pero no tenía con que lastimarla, meterla en su trasero fue casi lo mismo que meterla en su concha, casi no noté la diferencia, sus manos se aferraban al escritorio, y su cara de dolor me dio placer, su culito apretaba mi verga, me sentía Dios…
Ante sus gemidos le dije:
– Te gusta puta? Te voy a enseñar lo que es un hombre, te voy a enseñar a mover tu culo en calzas, perra, te gusta que te miren el culo? a provocar cada mañana? ahí tienes para que aprendas…
Recordaba a mi gorda con enfado, tenía que pagarle a una puta para obtener lo que ella me negaba? Bien pagado estaba entonces…
No faltaba mucho, no podía contenerme, la tome de los pelos y la obligué a sentarse en el piso, me paré frente a ella como lo habíamos acordado, saqué el preservativo y comenzó a masturbarme cerca de sus labios, su rostro de ángel empapado en lujuria, su ritmo era perfecto, me hizo sentir dueño del mundo, pronto brotaba mi semen, con sumo cuidado me arrancó hasta la última gota, chorro tras chorro, no recordaba acabar así desde mi adolescencia, ella permanecía inmóvil, su rostro se fue llenando con líquido blanco, sus labios, su lengua, sus cabellos, lo dejaba correr por su cuerpo, hasta sus pechos, donde terminó acariciando mi verga hasta que volvió al reposo, entre mis jugos de placer.
Satisfecho, la tarea había culminado, miré la hora, después de todo había sido demasiado rápido, no tendría mucho de que quejarse, mientras terminaba de acomodar mi miembro le agradecí por el momento vivido.
Volví a casa en silencio, meditando lo que terminaba de vivir…
Pero después de pasar mi momento glorioso, la codicia comenzó a erosionar mi vida, mi mente, no pude dejar de pensar en lo ocurrido y necesité volver a probar la manzana prohibida y como un jugador empedernido me hice adicto a ella.
La rubia no tuvo piedad, se aprovechó de mí, era mi debilidad, me notó vulnerable, sus tarifas aumentaron conforme iban aumentando mis pedidos, me cansé de cogerla, por todos lados, en todos lados, me saciaba, me quitaba la sed pero cada mañana volvía a verla pasar en calzas, y solo eso era un nuevo comenzar…
Pasaron ya algunos años, me quedé solo, mi gorda descubrió todo, era previsible y lo curioso fue que no me importó, me dejó, se llevó a los chicos, y lo poco material que habíamos forjado en pareja, fui a una pensión, comencé con problemas en el trabajo por mis ausencias, por mis descuidos y por las deudas que había contraído.
Me cegué con la rubia, perdí mis amigos que trataban de apartarme de ella, llegó el momento que no podía satisfacer sus exigencias, y si no había paga, no había sexo, comencé a beber, al final también perdí mi trabajo, solo tenía lo puesto…
Aún veo pasar la rubia en calzas, pero ya no me registra, ni me mira, no tengo nada que le interese, nada para ofrecerle, ahora solo soy un miserable vagabundo que se entregó al alcohol solo por esa niña en calzas…
La historia que terminas de leer es ficticia
Si tienes comentarios, sugerencias al respecto puedes escribirme a:
dulces.placeres@live.com
Gracias