Mi pasión por las pantaletas usadas de mujeres hermosas me llevó a saquear en cuanto podía, cualquier lugar que albergara alguna… Entraba en los baños rápidamente para poder encontrar algo olvidado, pasaba por los dormitorios de las casas que visitaba, en especial cuando había jóvenes adolescentes, que suelen ser descuidadas con su ropa interior sucia y además la dejan muy sucia por usarla bastante. Recuerdo una vez en especial que logré localizar la de una chica, hija de unos amigos de la familia, que solía andar en bicicleta. Ella llegó a su casa, muy deseable con su pelo atado en cola de caballo, unas tetas pequeñas, pero un culo a toda prueba que mostraba sin pudor a través de sus calzas. Noté en cuanto pasó cerca, las marcas de su bombacha, bien metida en la rajita y el olor de su sudor, cosas ambas que bastaron para ponerme excitadísimo. Esperé un rato, luego que ella pasó y oyendo el ruido del baño, me hice el tonto y fui hacia allá. Al pasar por el cuarto de la chica, vi sus ropas recientemente quitadas sobre la cama y entre ellas, la pantaletita negra y enrollada que había vislumbrado. Un tesoro, estaba toda mojada, la entrepierna completamente empapada y con manchas amarillentas; olía como los dioses, un aroma de mujer empalagante y ácido mezclado con el sudor. No me detuve, la tomé enseguida y la coloqué en mi calzoncillo, muy cerca de mi verga, pero no demasiado para conservar su olor. Pasé, al volver, cerca de la puerta del baño y rápidamente traté de verla un poco… no alcancé a observar nada. Cuando me despedí de ella con un beso, pensaba: «Si ella supiera…» No pude esperar, en cuanto llegué a casa, tuve que ir al baño rápidamente y desplegarla… Olí y repasé cada sector de la prenda, desde donde el agujero de su culo se había pegado hasta donde estaba completamente mojada y aún tibia, una maravilla. Se marcaba la zona donde se había hundido en la entrepierna debido a la presión del asiento, que aparentemente se había metido en plena vulva. Con razón esa cachonda gustaba tanto de andar en bicicleta. Hasta debía gozar sobre ella. Lo demostraban las manchas inequívocas de la excitación. Había algunos pelos sueltos, y pegados al líquido, aún fresco y viscoso. Lamí una y otra vez el flujo salado y excitante, pensando en la joven panochita que lo había mojado así. Creo que gocé como nunca, con chorros y chorros de leche que salpicaron todo el lugar.