Después de inicié mi relación con mi cuñado en aquel viaje, cando regresamos seguimos nuestra vida normal. Era costumbre que fuéramos a un parque cerca de mi casa a correr dos veces por semana. Tambén, era la primera vez que nos veíamos desde aquel encuentro que tuvimos en la casa de campo de mis padres. Nos quedamos de ver en el parque. Cuando llegué, él ya me estaba esperando. Era temprano en la mañana y mi marido ya se había ido a trabajar. Cuando me vio lo saludé con un beso en la mejilla pues no supe cómo reaccionar ante él después de aquello. Sin embargo, él me sorprendió con un beso en la boca, su mano en mi cintura, y su lengua penetrándome la boca como serpiente buscando un tesoro. Yo no supe reaccionar y me metió la lengua a su antojo mientras yo me recuperaba de la agradable sorpresa.
– ¿Qué te pasa! ¡Nos van a ver! – dije mientras lo reprimía, mirando a mi alrededor buscando quién pudo mirarnos.
– Tranquila, nadie nos mira ni nos conoce – me dijo sin soltarme del abrazo.
Me hice a un lado y empecé a calentar mientras él me miraba lascivamente. Cuando estuve lista y me puse a su lado para iniciar la carrera, su mano me agarró el trasero sobre mis pantalones de lickra deportivos.
-¡Basta! – le dije e inicié la carrera, pero estaba excitada. Los recuerdos de aquella cogida en semana santa, su cuerpo fuerte y su deseo por mí, se me vinieron a la cabeza mientras empezaba a correr.
Mi cuñado corre más que yo por lo que, unos metros de carrera, mantuvo su mano sobre mi trasero mientras corría.
Yo empecé a mojarme.
Cada que mi cuñado me alcanzaba (sucedió tres veces) me daba un agarrón en mi trasero y luego seguía su ritmo.
Mi corazón estaba a mil y no por la carrera sino por la excitación. Ese día corrí 5 km sin cansarme mucho, supongo que la adrenalina de mi líbido me mantuvo activa.
Cuando terminé me puse a estirarme mientras mi cuñado terminaba sus vueltas.
Cuando terminó fue hacia mí y me envolvió en un abrazo mientras me besaba con descaro frente a todos. Su mano se apoderó de mi trasero y lo sobaba y apretaba a su antojo.
– ¡Basta! – le dije de nuevo
– Quiero cogerte- me dijo sin dudar y mirándome firmemente a mis ojos.
Yo estaba muy excitada pero no le dije nada en ese momento. Me separé de él y me encaminé a mi casa. Él apresuró el paso para ir a mi lado pero guardando una distancia prudente y normal.
Llegamos a mi casa y sin pedirme permiso entró atrás de mi, sabiendo que la casa estaba vacía, como de costumbre a esa hora.
A penas cruzamos el patio y entramos a mi casa cuando me giró 180 grados y me abrazó mientras me besaba y me pasaba sus manos como pulpo por todo el cuerpo. Yo estaba excitadísima así que le correspondí acariciándolo y besándolo. Los dos habíamos sudado mucho, así que su boca sabía amargamente salada. Supongo que la mía igual, por lo que no dije nada.
Enfrascados en el intercambio de caricias fuimos adentrándonos en la casa. Éramos unos animales en celo.
Cuando llegamos a la sala ya me había quitado mi top y yo me encontraba quitándome mis lickras y tenis deportivos cuando él hacía lo propio por desnudarse. Llegamos al sillón de la sala besándonos y desnudándonos y caímos, él sobre mí.
Lo abracé con mis piernas mientras él acomodaba su pene para penetrarme. Todo fue muy rápido.
Sin darnos cuenta, ya estaba yo con mis piernas rodeando su cintura y él con su pene dentro de mí, penetrándome con fuerza y pasión. Recuerdo sus labios succionando mis pezones mientras yo gemía de placer.
En un instante me giró sobre el sillón y me empezó a penetrar con pasión de espaldas hasta que terminó sin avisarme dentro de mí.
Yo seguía caliente pero muy satisfecha con la experiencia. Los dos sudábamos a mares después de aquello por lo que nos metimos a bañar juntos. Era la primera vez, desde que me casé, que un hombre distinto a mi marido me tenía desnuda en mi baño.
Él estuvo excitado todo el tiempo, con el pene erecto pero no me penetró mientras nos bañamos, al contrario, se portó amoroso y me talló con sus manos el cuerpo. Yo quise meterme su pene a mi boca pero no me dejó. Al salir del baño a mi habitación pensé que lo haríamos de nuevo pero, en lugar de eso, fue hacia mi guardarropa para elegirme un vestido que tiró sobre la cama. Después de preguntó dónde guardaba mi ropa interior y cuando le dije eligió un body púrpura que tengo y unas pantimedias naturales que aventó sobre la cama del mismo modo.
– Ponte eso – me dijo.
Obedecí, esperando su aprobación.
– Péinate y maquillate – me dijo mientras me ofrecía unas botas negras que tengo mientras él seguía urgando en mi cajón de la ropa interior. No dije nada y terminé de vestirme. Me levanté para que me mirara y busqué su aprobación sin adivinar qué tenía en mente.
– Eres preciosa. Cierra los ojos y date vuelta.
Extrañada obedecí. Me vendó los ojos y amarró mis manos a mi espalda para después tumbarme de cara sobre la cama. El sentirme indefensa me produjo un placer que no conocía. Actuaba violentamente y yo me imaginé que era víctima de un demente. Estaba excitadísima por lo que me dejé hacer lo que mi cuñado quería.
Me empujó sobre la cama. La cama en la que dormía con mi marido, en la que mi esposo satisfacía sus deseos conmigo en la intimidad.
En mi oscuridad sentí su mano sobre mi cuello empujándome a sumir mi cabeza sobre el colchón. Su mano, una vez que tuve mi cabeza sumida sobre el colchón, se deslizó sobre mi espalda hasta llegar a mi trasero.
Con ambas manos levantó mi cadera y acomodé mis rodillas para mantener levantado mi culo, listo para su goce personal. Me levantó el vestido, descubriendo mi trasero y me bajó las medias. Su mano se introdujo en mi raja, bajo mi body, y sentí una descarga eléctrica que me hizo gemir.
Sentí su pene batallando por entrar entre mi body, el cual hizo a un lado, y su pene penetrando por la fuerza a mi vagina cerrada y lubricada. Su pene lo sumió lentamente, venciendo la resistencia involuntaria de mis paredes vaginales, hasta metérmelo todo en un gemido de dolor y placer.
Me penetró con fuerza: mi cabeza sobre el colchón, mis manos amarradas a la espalda, mis ojos vendados y mi trasero levantado. Gemí como una poseída mientras él jadeaba en el esfuerzo de penetrarme con fuerza.
Después de un rato giró sobre mi espalda y me empujó las piernas hacia mi torso y me volvió a penetrar violentamente.
La cama rechinaba y golpeaba la pared por la embestida mientras mis gemidos llenaban el silencio de la habitación. Su embestida era brutal.
Me empezó dar morbo el pensar que los vecinos escuchaban el golpeteo y mis gemidos a través de la pared.
Ayudada de esos pensamientos, rápidamente llegué al orgasmo lanzando un grito largo y profundo mientras mi cuñado me forzaba a seguir recibiendo su verga dura.
Mientras me contraía por el orgasmo, contrayendo todos mis músculos, mi cuñado se esforzaba en seguirme dando con fuerza sin perder el ritmo. Me dolían las penetraciones junto a mis contracciones, pero era un dolor placentero que acentuó mi orgasmo.
No tardó mucho mi cuñado en terminar dentro de mí y caer rendido sobre mi espalda.
Cuando sacó, finalmente, su pene, mi vagina siguió con algunas contracciones expulsando un poco de semen. Eso nos sorprendió a ambos. Primero a mi cuñado que observó atentamente cómo expulsaba un poco de semen y luego a mí al decirme lo que pasaba.
Con sus dedos empezó a embarrarme sobre mis muslos el semen que salía y luego me acomodó de nuevo mi body, sin importar que se ensuciara del semen. Después me acomodó las pantimedias, las cuales también absorbieron un poco del semen que quedaba entre mis muslos y me desató para que me arreglara de nuevo.
Una vez libre de las manos, sin la venda y de pie, pensé que seguía limpiarme, cambiarme las medias o lo que se haya logrado ensuciar y listo, pero no.
– Quiero que te quedes así. Me gustaría que estuvieras todo el día con mi semen seco sobre tu ropa. No es mucho y no creo que tu marido cornudo lo note.
Tardé unos segundos pensando las consecuencias y decidí darle gusto. Al cabo, si en la tarde, al revisarme en el baño, notaba que era muy evidente, podría enguajar las medias y borrar el rastro sin que mi cuñado se enterarañ
Afortunadamente, el rastro que dejó su semen era discreto. Tanto, que me arriesgué hasta regresar en la noche a la casa y cambiarme para dormir sin que mi marido lo notara. Eso me prendió muchísimo pero mi marido ni cuenta se dio y se durmió sin haberme tocado.
Esto se volvió rutina en el parque. A veces, incluso, mi cuñado me invitaba a tomar una soda después del ejercicio, tratándome como su pareja en público, para después, si había tiempo, ir a mi casa a poseerme a su antojo. Cada vez siendo más dominante.
Así me fui convirtiendo, cada vez más, en el culito de mi cuñado hasta que algunos meses después terminé esa relación.