Había pasado una semana desde la visita de Javier al internado, y yo, sin poder guardar por más tiempo mi secreto, acabé por contárselo a Sara que, sorprendiéndome por su desenfadada actitud, me inundó con preguntas del tipo: “¿Qué sentiste? ¿A qué sabe? ¡¿Y por atrás?! ¿Te lamió?” Al final, y ante su prolongada insistencia le prometí dejarla mirar a escondidas si es que alguna vez se volvía a producir algo así (yo albergaba serias dudas al respecto), pero volvió a ocurrir.
Pasadas tres semanas ya desde el incidente, Javier me volvió a sorprender de la misma manera, y tras la misma clase. Sara hizo como si siguiera pasillo adelante, pero mientras Javier se hallaba distraido con mis caricias y besos, ella se coló en la sala de proyecciones y se escondió en la penumbra del fondo, tras una gran mesa. Desde donde nos encontrábamos sólo podía atisbar de vez en cuando el brillo de sus ojos y una parte de su pierna, aunque con dificultad.
Esta vez Javier fue más directo, sabía lo que quería y yo se lo permití, metió las manos bajo mi jersey y me ayudó a quitármelo, después desabrochó mi sujetador, que cayó al suelo, y empezó a manosear mis pechos para después lamerlos en espirales de fuera a dentro, hasta llegar a mis pezones que se endurecieron casi instantáneamente. Javier mordisqueó toda la superficie de mis pechos y aspiró fuertemente en los pezones, haciendo que me estremeciera. Desde esta posición, miré al fondo y vi la pierna de Sara moviéndose rítmicamente arriba y abajo (¡se estaba masturbando!).
Javier retiró su cabeza de entre mis pechos y se tumbó en la cálida moqueta de la sala, atrayéndome hacia él con sus manos. Yo me senté a horcajadas sobre su pene, el cual penetró fácilmente por mi muy lubricada vagina. Javier colocó sus manos sobre mis pechos mientras yo me movía rítmicamente arriba y abajo, entonces, cuando nuestro frenesí se estaba haciendo insoportable, me levanté ligeramente y, humedeciendo su glande con mi saliva, lo insté a entrar por mi ano. Recuperé el movimiento previo hasta que nuestras espaldas se arquearon casi al unísono, justo a tiempo de notar, a la par que un orgasmo increíble, como su semen me llenaba, subiendo dentro de mi. Entonces ocurrió lo inesperado, Sara también llegó al clímax y, sin poder contenerse gimió de placer, ante lo cual Javier se giró, sorprendido, tirándome al suelo con su reacción. Y yo me apresuré a decirle: – Es una amiga, le dije que podía vernos -puse tono inocente- ¿te enfadas? – No me importa, pero debiste decírmelo para que lo pensara -su reacción no era precisamente lo que yo esperaba. Entonces se giró hacia Sara y agregó: – Acércate, anda ven.
Cuando Sara se acercó, Javier no le dio tiempo a reaccionar, levantó su jersey y, poniendo una mano sobre uno de sus pechos con la otra colocó la mía sobre el otro. Ambos comenzamos a masajear sus pezones por encima del sujetador. Sara no se quedó atrás, llevó su mano al pene de Javier y los manoseó durante un buen rato, concentrándose especialmente en la zona del glande (parecía saber lo que hacía muy bien). Javier nos rodeó con sus brazos y tocó nuestras nalgas para, acto seguido introducir sus dedos en nuestras vaginas. Movió sus pulgares sobre nuestros clítoris hasta que ambas tuvimos sendos orgasmos, esta vez a destiempo.
Sara se dejó caer de cuatro patas e invitó a Javier a penetrarla por el ano, invitación la cual él no desdeñó. Yo aproveché aquella postura situándome bajo Sara y comencé a besar sus pechos por todas partes, mientras con mi mano cerrada en puño presionaba su vagina. Pasado un rato, y antes de que la cosa llegara a su final, detuve a Javier y le dije: – Espera, Sara aún no ha probado eso -señalé su pene y su cara se iluminó ante la prometida imagen.
Ambas nos pusimos de rodillas ante Javier y succionamos su pene por turnos. Nuestra ansiedad por poseer aquel miembro disminuyó la duración de aquellos turnos hasta que en la excitación, nuestras lenguas se rozaron, y aquello pareció gustarnos más que nada. A partir de ese momento Sara y y comenzamos un frenético baile de labios y lenguas, “enrollándonos” con el miembro de Javier de por medio. Llegado el momento cumbre, él introdujo el pene en mi boca y eyaculó de nuevo, llenando mi cavidad con tanto semen que casi no podía respirar. Mis ojos se cruzaron con los de Sara y atisbé una leve decepción por haberla dejado aparte en el momento clímax, así que, con toda aquel líquido en la boca, le sujeté en la cara y la besé. Aquel beso fue único: nuestros labios se juntaron y mi lengua adoptando forma acanalada se posó sobre la suya y dejó fluir el semen hasta su boca. Seguimos jugueteando y el objeto de deseo se deslizó por la comisura de nuestros labios, escurriéndose ! por nuestros cuellos hasta los pechos. La locura del momento nos hacía mover las cabezas como locas, embadurnándose nuestros rostros del líquido. Esta vez se iba a necesitar más que unas braguitas para limpiar aquel estropicio.