——- PARTE I ——- Se conocieron a través de una pantalla en un ordenador. Todos tenían algo en común, eran adoradores de los pies femeninos.
Llevaban comunicándose sus experiencias, sus frustraciones, sus miedos, sus ansias insatisfechas tanto tiempo, que cuando a uno de ellos se le ocurrió proponer la idea de formar una «partida de lamedores», los demás no tardaron mucho en sumarse al grupo.
El plan era sencillo: salir a buscar los pies que voluntariamente no conseguían: los de todas las mujeres que les apetecieran.
Había reglas, claro que había reglas, era un juego, no hay juego sin reglas. Cada uno buscaría una «presa», la fotografiaría para mostrársela a sus compañeros, no importaba si los pies de la mujer en cuestión habían estado o no ante los ojos del «explorador»,los pies están en proporción de las manos, de la cara, del cuerpo. Los pies apetecen porque la mujer apetece, basta con imaginarlos para desearlos.
Ellos ni se conocían ni se conocerían entre sí, siempre llevarían el rostro cubierto, quien quisiera romper esta regla estaba en su derecho.
Había, eso sí, una norma inquebrantable: no eran violadores, eran adictos a los pies. Sólo los pies y las piernas, nada de aterrorizar a sus «víctimas» más de lo necesario para satisfacer sus deseos.
Todos estuvieron de acuerdo, nadie discutió, mala señal.
La edad de las «descalzables» debía ser siempre superior a los 18 años, nada de menores. Esto tampoco despertó queja alguna, por absurdo que parezca.
Los cazadores deberían ir siempre juntos, eran cuatro. Si alguno interponía su veto, la acción se desechaba. Si a alguno no le apetecía la víctima, debía asistir en calidad de observador, de ayudante, por si había excesiva resistencia, por si no se trataba de una mujer sola, por si aparecía la policía o cualquier otra amenaza.
Quien propusiera, debería también idear el plan de actuación, nada de sorpresas, nada de aventuras peligrosas. Quien fallara una vez quedaría excluido del grupo.
Había otras reglas, pero no las recuerdo, o no me las contaron.
Cambiaron sus direcciones electrónicas y se comunicaron las nuevas identidades para reconocerse con seguridad. Tenían una contraseña muy poco original, no importa, no viene al caso.
Dejaron correr una semana y quedaron en un chat para comunicarse en clave. Una vez reconocidas las contraseñas y reunidos en «privado», unos a otros se enviaron las fotografías de las elegidas. Era verano, y algunos adjuntaron fotos de los pies desnudos que habían seleccionado.
Esa noche no durmieron tranquilos.
Una semana después se pusieron de acuerdo en la muchacha que iban a probar.
Elena tenía entonces dieciseis años, pero eso no tenía por qué saberlo quien no la hubiera visto salir de clase….Pero esa es otra historia.
——– PARTE II ——– No iba a ser un día cualquiera.
Los cuatro lo sabían, pero ni se miraban a los ojos ocultos como siempre. Llevaban seis meses juntos, seis meses cómplices, y no sabía ninguno nada de los demás. Sólo conocían la avidez, la violencia, la torpeza con que cada uno se había comportado hasta entonces con las tantas mujeres a las que habían lamido por turnos las plantas de los pies, a las que habían acabado desnudando, violando, usando como los lobos solitarios que siempre fueron.
¿Cuántas veces habían mandado al carajo la regla de oro?¿Por qué ninguno de ellos tomaba la decisión (que todos esperaban)de acabar con aquello? ¿Cuándo empezaron a romper las reglas? Desde el primer día, desde la primera vez, desde Elena, que tenía menos edad de la pactada pero los pies más jugosos y los senos más duros y más suaves que jamás habían vuelto a probar. Y que se resistió más que nadie, más que ninguna de las otras, y los excitó más. Torpes.
Era su primera salida. A Elena la habían elegido por aclamación. «Si vestida es tan apetecible, si sus pies son así dentro de las sandalias, ¿cómo serán en nuestras manos?» Se repartieron los turnos. «Sólo tiene dos pies» «A mí no me importa lamer sus manos mientras tanto» «Ni a mí su almejita». Silencio. «Era broma, ya sé que no se la vamos a ver nunca, sólo me imaginaba…Venga, chicos, que es una broma» ¿Por qué no le expulsaron en ese momento, por qué le dejaron continuar, le dejaron que les infectara, que fuera el primero en sujetarla y gritar que sólo llevaba una camisa, que no lleva sujetador tíos, ni bragas, que va desnuda ya, que no me jodáis que no os apetece darle un repaso ahora que le habéis abierto así las piernas, hostia que no le jodieran que no eran los pies más ricos que iban a probar nunca…
——— PARTE III ——— Hacía calor, un calor pegajoso de rostros bajos y miradas inmóviles.
No se conocerían , nunca se iban a presentar, casi se odiaban en la competición. Siempre los mismos cuatro hambrientos, siempre el odio.
Entonces resonaron las chanclas. Fumaban, fingían no escuchar, ser sordos a la misma voz. Chocaban contra las plantas las chanclas, y se acercaban. Saltaron a la vez hacia lo oscuro y le cayeron encima a la vez.
Ella casi ni se dio cuenta. De repente se sintió levantada en vilo, girada, descalza, desnuda, llena de manoseos, de lenguas, de amenazas. Acalladas sus súplicas por los calcetines aún cálidos de otra muchacha en su boca, separadas sus piernas por las mismas lenguas que lamían a la vez sus deditos con el sabor reciente de sus labios abiertos a manotadas. Tumbada ya, ya sobre el suelo, con los pies sucios de semen, de saliva, y un ardor entre los glúteos, sobre los muslos, irrespirable.
Desaparecieron, y se supo ciega bajo el llanto nauseabundo, y se supo vil por la viscosidad en su pubis, y se tanteó las lágrimas descalzas. Mordida, con las marcas en sus talones, en sus empeines, en sus deditos de las dentelladas de hombre, de bestia. Ya no podía vestirse de nuevo para volver a casa, los jirones le recordaban los restos de su vestido. No vio sus chanclas, pero aún escupía restos de calcetines con el sabor imposible de otros pies, también tomados a la fuerza.
Todavía estaba lejos, le dolían las marcas de sangre furiosa en los pies. Se libró de tanto semen extendiéndoselo por el cuerpo, borrándolo entre la náusea. Sus pies, habían buscado sus pies, y empezó a odiarse de vuelta a casa de sus padres, descalza, desnuda, violada, sucia, aterrorizada.
No había avanzado doce pasos cuando volvió a sentirlos anhelantes a su espalda.
Sí, con Elena, desde el principio, desde esa lamentable primera salida, todo se jodió.
Todo iba a ser muy sencillo, la chica tenía que atravesar un parque para llegar a su casa, allí la esperarían, después de haberse cerciorado de que nadie en las proximidades estorbaría su actuación.
Los cuatro estaban muy nerviosos, estaban muy excitados, hasta tenían miedo, sobre todo tenían miedo.
La noche había caido ya hacía un buen rato, y la inquietud les iba a forzar a desistir cuando escucharon las risas que se les acercaban. Eran dos, Elena no venía sola, la acompañaba una amiga, ella sí tenía aspecto de la adolescente que era, que ambas eran.
-«Vámonos, son unas niñas, nada de menores, ¿recordáis? Además son dos, no estaba planeado así, ¿cómo vamos a impedir que alguna dé la alarma. No. Nada va a salir bien, vámonos, coño. ¿Me oís?».
Pero no le oían, no iban a escuchar nada. Los otros tres ya habían observado cómo las amigas se separaban con dos besos. Elena estaba sola, venía hacia ellos, y no tenía aspecto de menor, y si lo era, debería de faltarle poco para dejar de serlo. Cualquier excusa servía, como le sirvió al lobo con el cordero en aquel arroyo de la fábula.
-«De aquí no se marcha nadie. Si no quieres participar, te limitas a vigilar. Esa es otra de las normas aceptadas. Yo voy a probar esos pies, he esperado demasiado, ¿estáis conmigo?».
Había hablado él, y tenía muy claros sus planes, contaba con la sobreexcitación que la violencia de arrancar el calzado a una desconocida iba a provocarles. Sabía que no iban a conformarse, estaba seguro de que todos querrían ir más lejos, mucho más lejos.
Elena avanzaba despacio, casi paseando. Llevaba unas zapatillas de deporte. Tal vez deberían haber contado con la luna llena, pero les ayudaba a contemplarla en la noche con total impunidad. Zapatillas de deporte, calcetines cortos, blancos, una falda hasta las rodillas, una camisa amplia remetida bajo la falda, el pelo suelto, largo, moreno. No veían sus ojos, pero ¿apuntaban sus pezones sobre la camisa?.
¿Era su deseo quien les había hecho saberlo? Elena no llevaba sujetador, la firmeza de sus senos, ya como manzanas, le permitía hacerlo. Eran continuas las discusiones con su madre por este asunto. Ella odiaba esa prenda, ese inútil accesorio de tortura. Al salir de casa se lo quitó, en el ascensor, lejos de las quejas maternas. Ahora lo llevaba en uno de los bolsillos de la falda. Ellos lo encontrarían luego, y lo usarían para amordazar sus gritos primero y para atarle las manos a la rama de un árbol después, cuando le hubieran intruducido los calcetines en la boca.
No dudó ni un instante, en cuanto vio que aquellos cuatro hombres encapuchados le salían al paso, echó a correr. No logró alejarse demasiado. Uno de ellos le saltó por la espalda y la tiró de bruces sobre la hierba. Pedía socorro a gritos, con toda la fuerza de su garganta.
-«Taparle la boca, hostias, que no chille más, taparle la boca, joder» Le dieron la vuelta y una manaza le selló los labios. Se revolvía, retorciéndose como sobre brasas candentes, se zafó de la mano y volvió a gritar con todas sus fuerzas, con todo su terror. En el forcejeo, el sujetador se había escapado de su bolsillo. Entonces sí que la prenda empezó a torturarla, cuando notó que se la embutían entre los dientes, que sofocaba sus llamadas y ahogaba su voz convertida en ronco bramido.
-«Sujetarle las manos mientras le quito las zapatillas. Estate quieta, o tendré que hacerte daño».Le costaba desatarle los cordones, el pataleo era tan violento que apenas podía sujetarle una de las piernas. Dos de ellos trataban de paralizarle los brazos. Al final lo lograron apretándolos con sus rodillas contra el suelo. -«Date prisa, coño, no puede ser tan difícil descalzarla, arráncale las zapatillas, olvídate de los putos cordones» Así lo hizo. Mientras el tercer hombre se empeñaba en desatarle los firmísimos lazos, él tironeó con fuerza aprovechando el propio pataleo de la chica, y la zapatilla izquerda saltó por el aire. Las faldas se le habían subido más allá de los muslos y dejaban las braguitas al descubierto. La visión los tenía fuera de si. Sus pies, querían sus pies, nada más. -«Ya está, ya se sueltan los nudos». La zapatilla derecha salió sin la brusquedad de la primera, y el honbre se la llevó a la nariz.»Estos pies van a saber a gloria» dijo inspirando profundamente, ahora sobre los calcetines.
Le separaron las piernas hasta hacerle daño, así era más difícil que sus saltos convulsivos sirvieran de algo.
-«Los calcetines, fuera los calcetines, queremos ver sus piececitos de una puta vez» A un tiempo, metieron los dedos bajo los calcetines y tiraron con toda la excitación que los tenía tensos, con una erección que ya amenazaba con desbordarse. El talón, el empeine, los dedos. Estaba descalza, y sus pies eran bellísimos.
-«Hostias, tíos, mirad que maravilla» Entre las lágrimas aún llegaba a ver cómo aquellos dos encapuchados le lamían las plantas y reían, reían grotescos de placer, se metían ahora sus pies en la boca y le lamían entre los deditos, le mordía uno el empeine, le succionaba otro como si quisiera arrancarle las uñas.
Los que le sujetaban los brazos, le estaban chupando las manos, ya liberadas del peso de las rodillas. Sentía la presión que ejercían en sus muñecas, en sus tobillos, se habían tornado garras. Y ella continuaba agitando su cuerpo ya casi sostenido en vilo, retorciendo su tronco, lanzando arriba y abajo su vientre. El borde de su falda ya por encima de su ombligo.
-«Venga, es nuestro turno, queremos esos pies en la boca, quiero notar como retuerce sus dedos en mi paladar» -«Tengo una idea» La maldita idea, la fatal idea inevitable desde que sus bragas eran tan blancas y sus piernas tan largas, y el sujetador le cerraba la boca. la idea que iba a romper la primera regla: no eran violadores; acababan de olvidarlo.
-«Atémosla a un árbol. Sacarle el sujetador de la boca y meterle los calcetines» -«Uno sólo será suficiente, el otro lo quiero yo, quiero correrme dentro» Sus carcajadas, lo brutal de su excitación, ni les permitió oir las súplicas de la muchacha cuando le sacaron el sujetador. Lloraba de terror, de asco;les rogó que la dejaran, que la estaban haciendo daño, que por favor, por favor. Pero sus sollozos le impedían hacerse entender:»Dejarme…soltarme…no , por favor, parar ya, no, no, dejarme» Su última negativa se la tragó junto a uno de sus calcetines.
La levantaron y la llevaron junto a una rama lo bastante firme para resistir sus convulsiones, y lo bastante alta para que sus pies desnudos apenas tocaran el suelo. No sabía cómo lo habían logrado, pero con el sujetador habían atado sus manos con una fuerza irrompible a uno de los brazos cómplices del árbol. Sin que nadie diera la señal, todos se bajaban los pantalones, se los quitaban, sacaban sus pollas duras, hinchadas, al límite.
-«Yo primero» Ella aún agitaba sus piernas con furia, pero sintió que le bajaban las braguitas, que se las sacaban por los pies y que le abrían con fuerza los muslos.
Mientras dos le izaban por los tobillos los pies que ya estaban chupándole y mordiéndole con saña, un tercero le desabotonaba la camisa, le apretaba los senos, se los lamía, le clavaba los dientes entre exclamaciones obscenas sobre su dulzura y su firmeza. El cuarto pugnaba por introducirle la polla entre los labios secos, vírgenes, horrorizados.
-«Esta monada aún es virgen» Se escupió las manos como único lubricante posible y se restregó el pene con la saliva. «Te va a gustar estrenarte conmigo. ¿No querrás que todos nos follemos a una misma doncellita?Adentro, adentro». Y a cada exclamación seguía un embate cada vez más violento. Ya estaba, hasta el escroto, dentro de ella, que ya no sabía resistir. ¿Qué había ya que resistir? El tercer hombre había dejado libres los dulcísimos senos de Elena para permitir al que la penetraba- dentro, fuera, dentro, fuera-,que se los succionara y se los mordiera con rabia; y se había situado a la espalda de la chica. -«Aún es virgen por este otro agujero» Iban a travesarla también el culo. ¿Le estaba sucediendo a ella? ¿De verdad cuatro locos furiosos estaban usando su cuerpo como el de una muñeca hinchable, como si no tuviera voz, mirada, sentimientos? ¿Era cierto que alguien utilizaba uno de sus pies para masturbarse, que otro le estaba masticando casi los deditos, que sus tetitas ardían de los dientes que le estaba hincando un hombre que le desgarraba la vagina con sus embestidas? ¿Podía estar sucediendo que unas manos torpísimas, temblorosas le estuvieran separando los glúteos para meterle por el culo un falo durísimo y ya goteante, que ya estuviera medio penetrada por detrás, por un tipejo asqueroso, sin rostro, todo babas? Entonces ¿dónde estaba el dolor? ¿O el dolor era eso que le impedía sentir otra cosa, era ese fuego, era esa náusea que le venía directa desde el estómago? Su primer violador no notó las arcadas previas hasta que recibió el vómito en pleno rostro.
-«Maldita puta, bajarla, al suelo con ella, quiero correrme en su boca dessagradecida» Sobre la hierba de nuevo, boca arriba, la lengua entumecida, libre ya del calcetín que la asfixiaba. Ya nadie horadaba los senderos lacerados de su cuerpo, no más manotazos, no más mordiscos, no más cosquillas espantosas en las plantas tiernísmas de sus doloridos pies. Ahora un chorro cálido en su vientre, otro entre sus deditos, y dos amargas fuentes sobre sus labios y en su paladar, viscosas, nauseabundas. Se atragantaba con el miembro que le metió su peor verdugo hasta la campanilla. Jadeos, exclamaciones, gritos de satisfacción, risas nerviosas, histéricas, carreras, todo a lo lejos ya, perdiéndose en lo más negro de la noche más negra que nunca habría de vivir.
-«Esto no puede continuar» -«¿Lo dices tú? ¿Lo decís todos?» Se rió, borracho, de sus miradas bajas, acobardadas. -«Pues ya me contaréis qué vais a hacer en otoño» Se burlaba una vez más de todos ellos. Hacía tiempo habían decidido darse cada uno el nombre de uno de los meses de las cuatro estaciones. Desde entonces se llamaban: Octubre, Enero, Mayo y Agosto. A Octubre siempre le había parecido ridículo el nombrecito, y sus tres compañeros y la división de las salidas a cargo de cada uno según la época del año. -«Ya basta, no nos gustan tus ideas, tus métodos. Desde la primera vez rompiste las reglas» -«No escuché vuestras quejas con aquella chica. Tú hasta creo que se la metiste por el culo,¿no es así Enerito?» -«Fue un espantoso error» Levantó la vista. «Era la primera vez, estaba fuera de mí, pero yo puedo controlarme y tú estás loco, Octubre, estás loco» -«Y tú, Mayo primaveral, ¿acaso has olvidado la fiesta de disfraces? Esa fue una propuesta tuya» -«Se me fue de las manos, la idea era mía pero tú la echaste a perder» -«Jodidos cobardes. Hacéis lo que os digo porque deseáis hacerlo, nunca os obligué a seguirme» -«En esto estamos todos juntos, y lo sabes, pero no pareces recordarlo, te comportas como si fuéramos tus siervos. Aquí somos todos iguales. No eres el jefe. Y estamos hartos de que nos utilices» -«¿No dices nada, Agosto? A ti te correspondía preparar las actuaciones de verano. ¿No fuiste tú quién nos permitió colarnos en las camas de aquellas preciosas universitarias? Por cierto, ¿no estaban en tu propia casa, no les habías alquilado una habitación mientras asistían a aquellos cursos de español para extranjeros? Oye, ¿no eras tú uno de los que organizaban esos cursos, profesorcito?» Agosto movió la cabeza lentamente, asintiendo. Poco antes había leído un relato en una página de Internet, hablaba de un tipo que se había aprovechado de una de las invitadas a su fiesta de cumpleaños. Le excitó su lectura y decidió llevarla a la práctica. Sobre el papel resultaba todo más sencillo, no pretendía más que lo que hizo su protagonista, disfrutar de los pies de una muchacha dormida, borracha. -«Sí, yo organicé esa aventura, pero tú la llevaste, como siempre, demasiado lejos. Lo sabes perfectamente» Agosto recordaba bien aquel asunto en su casa. Las escogió él mismo, como profesor organizador del curso recibía las peticiones de hospedaje. Cuando las tuvo delante preguntándole en un mal castellano si sabía de algún lugar donde pudieran pasar esa semana porque la casa que habían reservado no tenía ya sitio para ellas, no lo dudó. -«Si no tenéis inconveniente, yo vivo en un piso amplio, con varias habitaciones, ya otras veces he recibido a alumnos que se encontraban en vuestra misma situación. Allí nadie os molestará, y además la Facultad está cerca. Pensadlo, y me lo decís si no encontráis nada mejor» En seguida aceptaron el ofrecimiento. La preocupación desapareció de los rostros de ambas chicas, Helena y Sofía, francesas, veinte años, ojos claros, melenas cortas,largas piernas, pies muy blancos. Calculó su número de calzado: Helena usaba sandalias de color crudo (¿qué color era ese?) y debía de calzar un 37; Sofía (la timidísma Sophie)no mostraba sus pies, llevaba un zapato bajo,cerrado, un 39, y su blancura se deducía por la de sus brazos, sus piernas,sus tobillos,su rostro debajo de su continuo rubor. -«Todo iba bien hasta que volviste a beber demasiado. Siempre pierdes el control, siempre lo jodes todo. Esa noche rechazamos tus pastillas, ¿recuerdas?, sólo tú habías tomado más de lo que podías aguantar» Qué ingenuos le parecieron aquel día sus estúpidos compañeritos. Tan mayores y tan ingenuotes. Les propuso que se comieran unos éxtasis que un colega del trabajo le había facilitado:»Con esto esos piececitos que vamos a saborear esta noche os van a saber como nunca, serán ambrosía, Agosto, serán el néctar de los dioses». Los rechazaron con una dignidad que le apestaba. ¿No los queréis por las buenas? Entonces se encargó de mezclar los ingredientes de la sangría. -«Tipical espanis sangría,buena, muy digestiva» Entró de vuelta al salón. Ellos cuatro, las dos francesas,y una docena más de alumnos. El curso había terminado, era la noche elegida, al día siguiente todos debían regresar a sus paises de origen, no tardarían mucho en abandonar la fiesta de despedida. Helena y Sofía dormirían allí por última vez. Todos bebieron de aquel estimulante brebaje. La falta de costumbre, la rotundidad de la mezcla, el «toque» de Octubre disolvieron en menos de una hora la reunión. Las francesas también se despedían, tenían sueño, se iban a la cama. -«Felices sueños, mis franchutas, a dormir, a descansar esos cuerpecitos» Les gritaba entusiasmado mientras las recorría de arriba a abajo con los ojos y trataba de besarlas en la boca : «Tres veces, como en vuestro país, tres besitos» Se caracajeaba del pudor de Sofía, de la turbación de sus compañeros, del banquete que le esperaba.Las muchachas se retiraron con forzadas sonrisas. Los dejaron solos. -«Cojonudo, ya era hora, llevo haciéndome pajas toda la puta semana soñando con este momento, estoy hasta los huevos de no poder tirame ese par de piernas. ¿Habéis visto los pies de Sofía cuando se ha descalzado para bailar? Dios, pienso lavárselos con mi saliva, vamos por ellas» -«Quieto, y cálmate un poco. Hay que esperar a que estén dormidas. Todos tenemos ganas de tener esos pies en la boca, pero hay que actuar con cautela. Establezcamos los turnos. Entraremos de dos en dos, los cuatro sería excesivo, se despertarían» -«Por eso no te preocupes, ya me he encargado de que caigan redondas. ¿Un poco más de sangría?» Ni entonces se enteraron de la razón de su desmesura, pensaron que estaba demasiado cargada, achacaron al exceso de alcohol el exceso de excitación. En la habitación más grande, junto al baño, Helena y Sofía se desnudaban con una torpeza que les producía risas apagadas por el temor de molestar a sus anfitriones. Ellos nunca supieron que llevaban juntas desde los trece años, desde que descubrieron sus comunes aficiones sexuales. Ahora Sofía estaba desabrochando la blusa de su compañera de juegos, sin rubores, nunca ante su amiga, nunca cuando le sacaba las mangas mientras sus lenguas se mezclaban ya fuera de sus bocas, ávidas, mientras se recorrían la una a la otra los cuerpos desnudos con las manos ansiosas de explorarse. Nunca se habían sentido tan excitadas, nunca habían notado tan dulces cada uno de sus gestos. Esa sangría española, era buena para el sexo. Helena debajo de Sophie, las lenguas de ambas explorando la dulzura de sus coñitos húmedos, los labios succionando los clítoris ya erectos, jadeando entre risas, acariciándose las piernas. Ahora Sophie encima, abriendo las piernas de su amiga, levantándolas. Y entonces los pasos en el pasillo que conducía a su habitación, su nido seguro de amor hasta aquella noche de pesadilla. Cada una a su cama, se cubrieron los cuerpos desnudos con las sábanas, se fingieron dormidas, y se alarmaron al oir cómo rozaba en la alfombra la puerta al abrirse.
Octubre se había quedado fuera del primer turno, el anfitrión quería tenerlo vigilado.
-“De acuerdo, pero deprisita, que tengo ganas de divertirme, demostrar una vez más que sois el orgullo de los eyaculadores precoces”.
Enero y Mayo ya estaban dentro de la habitación. No advirtieron nada extraño, los bultos, las chicas, dormían cada una en su cama. Las ropas de ambas estaban amontonadas en desorden, mezcladas.
-“Están desnudas” -“Cállate y date prisa, ese gilipollas es capaz de entrar y montar cualquier escándalo si tardamos demasiado. Hagámoslo de una vez” Levantaron las sábanas con cuidado después de tirar suavemente de ellas para no despertarlas. Pero no habían contado con la oscuridad absoluta, querían ver sus pies, querían contemplar lo que iban a tener entre sus manos.
-“Enciende la luz del pasillo y abre un poco la puerta, Mayo, quiero una imagen que recordar” -“¿Estás loco, y si se despiertan?” Ellas no sabían, no entendían, pero decidieron seguir fingiendo.
-“No hemos esperado tanto para nada, quiero ver esos pies, abre la puerta” -“Me largo, esto es una mierda, nos conocen, se trataba de …” Enero llevaba un rato acariciando las puntas de aquellos deditos inmóviles, y la tensión le hizo descargar sin llegar a haber visto nada. Se corrió sin apenas darse cuenta. No le gustó. Estaba extrañamente borracho.
-“Me voy a cagar en la puta que te parió, cobarde de mierda. No he esperado tanto para esta mierda” La situación también empezaba a a cambiar para Mayo, las pastillas hacían su efecto.
-“Te has corrido” Y le dio la risa. “Yo también, nada más levantar la sábana. Ese octubre es un hijo de puta. Ja. Además has dicho mierda dos veces, pierdes.” La carcajada las hubiera despertado si no llevaran atentas desde el principio: -“¿Qué pasa, qué hacéis, qué está pasando?”- Sofía había decidido hablar, y encendió la luz.
-“ A tomar por culo, se jodió el anonimato. Enero, enerito, estos pies tienen tetas” Las carcajadas de Mayo llegaron hasta el salón.
-“Me gusta cuando sucede lo que debe suceder. Esto va a ser como estaba previsto” –gritaba Octubre mientras se largaba el resto largo del vaso hasta el fondo. “¡Maricón el último!” Habían dejado de fingir. Todos habían dejado de hacerlo.
Ahora ya estaban los cuatro en la habitación, los lobos de nuevo, la excitación ante la presa.
Ellas estaban muy asustadas, se les veía en los ojos que temían atrozmente lo que aquellos hombres, que ya no las miraban casi ni como mujeres, fueran a hacerles.
-“Por favor, no nos hagáis daño, salir de la habitación y no diremos nada a nadie” Pero no las oían, sus cabezas zumbaban, estaban sordos a cualquier tipo de ruegos.
-“¡Que empiece el espectáculo!. Yo quiero a ésta”-era Octubre, que ,como quien elige un cerdo para la matanza, se había lanzado hacia Sofía, le había arrancado la sábana que cubría su cuerpo desnudo, y , sin hacer ni el menor caso de los gritos y los pataleos de la muchacha, la tenía atenazada por los tobillos y le estaba lamiendo las plantas de los pies. -“Estás sucia, franchutita, pero te voy a dejar muy limpia, ya lo verás. Y deja de una puta vez de patalear que no me dejas disfrutar a gusto de estos piececitos tan preciosos que tienes”. La mordió con tanta furia, que la chica soltó un aullido de dolor. “Si no te estás quieta, del próximo bocado te arranco un dedo, mira este chiquitito de aquí, ¿lo arranco?”. Y volvió a apretar furioso los dientes en torno a su dedo meñique.
-“Basta, por favor, me haces mucho daño, me estoy quieta, ya me estoy quieta, para, para, animal”.
– “No , ahora resulta que me ha gustado, voy a volverte loca de placer con mis dientes”.Y como si de un león con una gacela recién tumbada se tratase, comenzó a darle dentelladas en los pies. Saltaba de uno al otro y le mordía hambriento los dedos, los talones, el empeine. Le dejó marcados los colmillos, y la blancura del principio se tornó roja, en algunos puntos los pies le sangraban. A tanto había llegado su locura.
Los otros tres se desentendieron de la furia de su compañero, y ya se estaban desnudando para disfrutar más cómodamente de la otra muchacha. Helena lloraba nerviosa observando alternativamente la tortura a que estaba siendo sometida su amiga, su amante, y las miradas de lascivia de los tres hombres que ya estaban a su lado y trataban con una aterradora calma de arrancarle la sábana a la que ella se aferraba en vano.
-“¿Crees que esa sabanita es un escudo, tontita?” Y de un fuerte tirón le quitaron su exigua protección y la dejaron completamente desnuda. Ahora era a ella a quien le tocaba gritar, suplicar, patalear intentando lo imposible, que Mayo y Enero dejaran de chuparle los dedos de los pies. La habían tumbado sobre la cama, le habían separado las piernas con fuerza y tenía cada uno un pie bien sujeto. Se los estaban recorriendo a conciencia, metían sus lenguas en cada rincón entre los deditos, se los introducían golosos en la boca, le lamían las plantas, le mordisqueaban los tobillos. Mientras tanto Agosto se estaba masturbando a la vez que trataba de meterse las manos de la chica en la boca : “Estas manitas de cerdita van a ser mi aperitivo” Entonces lo descubrió: “Pero a qué saben estos dos dedos , este sabor y este olor me resultan familiares. ¡A coño, joder, te huelen las manos a coño! ¿Te estabas metiendo los dedos en el coño cuando hemos entrado! , delante de tu amiga? Eh, chicos, cuando nosotros hemos entrado estaban ya desnudas, ¿las habíais desnudado vosotros dos?. No, claro que no, sus ropas están mezcladas… Oye, Octubre, huélele los dedos de las manos a tu pareja de baile” -“Anda ya, no me jodas, huéleselos tú, que yo tengo aún que recortar algunas uñitas de este delicioso bocado”- contestó mientras, en efecto, arrancaba pequeños pedazos de las uñas de uno de los pies de Sofía, que se tapaba los pechos con las manos y obedecía aterrorizada, ofreciendo sus piernas a la voluntad de su depredador.
Agosto pasó de una cama a otra. Apartó sin miramientos las manos de Sofía y antes de llevárselas a boca, decidió encargarse un momento de los pechos que había liberado. “Bonitas tetas escondías. Vamos a ver a qué saben. Comenzó a lamérselas apretándolas con fuerza, le daba violentos masajes circulares hasta que le cogió los pezones entre sus dedos. “Abre la boca, que me la vas a chupar, es para que no te aburras”. Ella seguía con los labios cerrados. Entonces le estiró de los pezones hasta que la chica gritó. “Tú sólo entiendes el lenguaje de la fuerza, ¿verdad?” Y colocó su pene a la altura de la boca de la muchacha. “Chupa, e imagínate que no tienes dientes si es que quieres seguir conservándolos, chupa, chupa, chupa”- le gritó atronadoramente al oído. Ella comenzó a hacerlo con el rostro bañado en lágrimas. Poco a poco el hombre le fue introduciendo cada vez más adentro la polla hasta conseguir que le cupiese entera. Después la sa! caba y de nuevo volvía a meterla. “Me gusta esta vagina que me he encontrado, creo que vas a tragarte toda la leche que acepte tu estómago, putita desobediente”. Continuó entrando y saliendo de la garganta de Sofía, aunque en cada nueva penetración ella hacía claros gestos de estarse ahogando.
Entonces intervino Helena, que había decidido no mirar cómo aquellos dos hombres se masturbaban cada uno con uno de sus pies aún en las manos, y veía el horrible sufrimiento de su amiga: “Estate quieto, cerdo, ¿no ves que la estás ahogando?”.
Agosto notó entonces que su pene estallaba y lo mantuvo un rato dentro de la garganta de su víctima, que agitaba espasmódicamente los brazos. Cuando lo sacó, todavía goteante, sujetó las manos de la chica y se las llevó a la nariz: “Chúpame los restos o empiezo con tu amiguita la bocazas”. Sofía se aplicó a succionar las últimas gotas de aquel glande que pendía sobre sus labios. Agosto le olisqueó entre los dedos y proclamó mientras mantenía su polla dentro aún de la boca de la muchacha: “¡Señores, estas dos amigas son novias! Acaben rápido que nos van a ofrecer un espectáculo gratuito de lesbianismo francés dentro de breves inatantes”. Los otros tres explotaron casi al unísiono, explotaron sus carcajadas y explotaron sus miembros regando los cuerpos de ambas. Octubre se corrió entre los lacerados pies de Sofía., Enero soltó una de las piernas de Helena y fue a colocarse delante de la cara de ella para correrse en su rostro; mientras tanto, Mayo se introdujo los dos pies de la muchacha en la boca y le ordenó:”Cógemela con las manos y agítamela, vamos, arriba y abajo, arriba y abajo, con fuerza y hasta que suelte la última gota, agita, agita, así, más rápido” Y regó el vientre de Helena con todo el inaudito chorro que le salió de adentro mientras mordía con furia los deditos de un pie y del otro.
“Cojonudo, esto ha estado cojonudo, ahora quiero probar a la otra” -“Veo que os ha gustado mi sangría, y su pequeño detallito, nunca os había visto tan bien dispuestos. Sigamos entonces, yo también tengo ganas de ver a qué sabe esa blanquita de ahí” -“Un momento, un momento” dijo Agosto deteniendo al hambriento Octubre que ya se lanzaba sobre Helena . “Un momento, tengo una feliz idea para que estas dos lesbianas nos muestren sus artes amatorias. Creo que os va a encantar: voy a buscar unas cuerdas, que se vayan lamiendo la una a la otra toda esa leche que tienen encima”.